Parker y la nostalgia de la distancia.
Parker camina sobre las baldosas de los días, unas en sombra, otras en luz, ha llegado a la conclusión que apenas le queda tiempo para saber las respuestas a tantas preguntas como se le agolpan en la nuca, entre los omoplatos, bajo el ombligo, por ahí.
Para colmo agosto se acorta, ha llegado al ecuador de sus vacaciones y al mirarse al espejo advierte que se le ha quedado cara de cómic, no de superhéroe, no, de chiste, de no entender nada, de no esperar demasiado del resto, si es que puede llegar hasta el final sin partirse de risa de sí mismo.
Algo le redime, ahora sabe que duerme al lado de Bromwyn, que su búsqueda era estéril, que puede estar donde está, sólo ahí, que puede cerrar las puertas a nostalgias pasadas de moda, que ni siquiera hay moda. ¿ Y nostalgias?, lo piensa unos minutos, revisa nombres y llega a la conclusión que está tan lejos de todo que no es práctica. La nostalgia.
Y es que Parker esta muy lejos de todo, de tanto, en el extremo superior izquierdo del mapa, justo bajo la raya de las isobaras, del conglomerado de nubes negras. Sin embargo por la ventana entra un sol radiante y aroma de mar y graznidos de gaviotas alborotadoras. Lejos o cerca apenas son conceptos y cada día es único, ya vendrá el invierno.
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