Parker o el comienzo
Las huellas de tus dedos
no se ven en las torres.
Pero yo leo sin descanso, en la soledad de la ermita junto
al mar
los antiguos signos en donde tú estuviste hacia el año mil,
por los bosques, los pantanos, las ramas y las hojas, la arcilla
pisada.
Dentro del corazón está la muerte
como una runa blanca de ceniza.
Acércate por el campo blanco o por el verde campo o por el
campo negro, pero ven.
Detente ante la tumba
donde los dos estamos.
Juan Eduardo Cirlot.
1. Es lunes y Parker se hurga en la nariz, mira caer la lluvia, la escucha, la siente en su piel desnuda, resbalando por sus cicatrices. Con un gesto ensimismado se expone al frío de saber que los mensajeros no llegarán, que el inquilino del No lleva varios meses sin pagar la renta, que el escepticismo le crece desde los tobillos, que por el ombligo han empezado a brotar las primeras hojas de mayo. Sin embargo el cielo se obstina en permanecer en invierno, un rey pregunta a sus súbditos por sus preferencias en cuestión de cetros y coronas, no le importa pero parece más democrático. La muerte no tiene duda, aunque no tiene fecha sabemos que viene, que está viniendo, no sabemos por qué autopista ni su cara, si pernocta en un motel o si es esa mujer rubia que se sienta a nuestro lado en un banco del parque. Matusalén murió, se murieron los sueños y continuamos expectantes, vigilando los cruces de carreteras y los parques. Mientras tanto la belleza duerme plácida en brazos de los ateos.
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