sábado, 15 de diciembre de 2007

Ceguera. (Versión 1)

Él depositó el cántaro a sus pies,
con tembloroso cuidado, sabiendo
que la mayoría de las cosas se rompen”

(E. A. Robinsón)


Se levanta la mañana, melódica y afortunada. Dos gorriones se buscan en el suelo y juegan, sus alas levantan pequeñas nubes de tierra marrón que filtran el naciente sol inclinado. La tórtola zurea incansable en el tejado. Daniel sale de su casa y Carmela le despide agitando la mano desde la ventana. Al doblar la esquina ve a una mujer al otro lado de la calle y trata de adivinar si tiene algún parecido con Ana, no sabe si esta habrá cambiado de estilo de vestir durante su ausencia inglesa. La duda se abraza a la inconformidad de aceptar que ella no pasea ya a su lado por los pliegues generosos de los recuerdos que alisa y desvela, blanco pañuelo sincero planchado sobre una mesa de madera, sin mantel. Mirando al fondo de si mismo se ve sumergido, la cara fuera del pozo de la nostalgia. Ve el cuerpo, no distingue la cabeza.

No hay tiempo para la pereza y mientras camina hasta el centro del pueblo respira un viento de poniente que es fresco y acaricia, que esparce jirones de nubes por el cielo. El día brilla y reluce con ojos bajo la piedra transformados en ojos sorprendidos que dicen y preguntan, que quieren contar tanto, reconciliarse, saber todo, o parte, conocer, descorrer las cortinas de las horas o rasgarlas con afilada curiosidad y furia. Lluvia de relojes que no cesa, inundando este estar aquí, ahora, y no estar, absorber el aire lúcido que ahoga de tan puro. Recordar a Ana, sin cesar, llenándole de antes, siempre hay un antes y esto podría ser una pregunta como caballos corriendo hacia atrás, jinetes llegando de espaldas a la salida.

Alguien le saluda, alguno le sonríe, muchos se cruzan con él caminando con la cabeza baja. Las calles están llenas de hombres sentados a la orilla de la vida, justo allí donde comienzan a dividirse las aguas. Dibujos de tiza en la pared, nombres dentro de un corazón, caras sonrientes, flechas, insultos a la autoridad, carteles con prohibiciones. Recoger la correspondencia, notificaciones del banco, cartas con propaganda, facturas, nunca un sobre amarillo, rosa, nunca una carta con su nombre escrito con letra retorcida y nerviosa. Pasatiempo de los sábados, todos los días de Daniel son sábado ahora que se ha jubilado.

Mientras vuelve a casa por otro camino piensa que cuando se asimila el progresivo deterioro físico, un día se descubre la muerte, la propia, se asume el final. A partir de ahí uno pretende singularizarse; encontrar al otro; abandonar la tribu; buscar más allá de lo que hay, de lo que parece; trascender; pagar la deuda con uno mismo; ser el que eres; reinventar la vida; intentar salir del cotidiano y tedioso camino; constatar que las normas asumidas pueden modificarse, que nos hemos engañado con la rutina, con lo cómodo, con lo conocido; partir, abordar el riesgo, cualquier riesgo, incluso el de la soledad. Daniel no sabe si podrá cambiar todo esto evitando la colisión con lo que ha amado, con los que le aman, si podrá hacerlo sin poner en peligro lo edificado, sin hacer daño a los otros, sobre todo a sus hijos, a su nieto, a Carmela. Le parece complicado, teme que los días se llenen de fricciones, de uñas arañando la puerta de atrás, de tormentas y de cielos negros, un futuro desfasado. Al llegar, Carmela sigue en la ventana y Ana en su cabeza.

Esa noche Daniel sueña con un hombre viejo, se le aparece travestido, con un traje blanco, con la cara pintada como una mujer; le llama con voz obscena y en su mirada burlona hay desprecio y odio. Lo asocia con la muerte, tiene miedo y al despertar todavía está asustado. Sale a la calle con una pequeña maleta. Esa mañana no recoge el correo, deja atrás la plaza y se dirige a la estación. Está decidido, irá a Londres, no sabe donde vive Ana, solo tiene un número de teléfono, pero irá. No ha querido, no ha podido despedirse de nadie; no sabe si es un cobarde, un miserable o un valiente. Camina rápido con la sonrisa de Ana bailándole entre los ojos. Cuando entra en la estación no advierte a un autobús que se aproxima, le golpea y le arrastra por el suelo.

En el hospital, Carmela, con paciencia, le acomoda entre las almohadas, le alisa las sábanas, le ofrece agua, una revista, le arregla el pijama, le comenta lo afortunado que es a pesar de esa pierna escayolada. Carmela le mima más desde que hace tres años un taxi negro atropelló en Londres a su hermana pequeña. Desde entonces no es el mismo, jamás pensó que la muerte de su cuñada impresionaría a Daniel más que a ella misma. Ay, ella nunca se llevó demasiado bien con su hermana rebelde, con Ana.

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6 comments :

ybris dijo...

No sé si una futura versión superará a ésta, pero te aseguro que la primera es impresionante.
Los que andamos ya casi jubilados sentimos a veces cosas como esa: intentos de revisar y descubrimientos de que las cosas son como son.
Que con frecuencia queremos a volver a lo que ya no se puede resucitar.

Un abrazo.

Nikté dijo...

Me gusta muy señor mío como se desnuda, así, entre cántaros frágiles, Amys, tórtolas que hacen qué y fotografías de niñez difuminadas.Todo un canto.

Tres besos, número de perfección que acompaña a un gesto de esta otra Ana.

Pedro M. Martínez dijo...

Gracias,ybris, en esta fría mañana.
No es esta esquina de los comentarios el lugar más propicio para hablar de según qué temas pero sí, lo que está claro es cuando se descubre que las cosas son como son se queda uno más libre.
Lo que é, é.

Ah, y resucitar no, pero siempre hay tiempo para crear algo nuevo, vida, ilusión, sueños.
Estamos vivos.
Un abrazo.

Pedro M. Martínez dijo...

Queridísima Ana/Nikté, pues sí, te lo juro, me desnudo más de lo que quisiera (en según qué facetas, que en otras,,,)
Mientras esta página siga siendo Glup no hay problema.(creo)
Gracias por las palabras, el gesto y los tres besos.

Anónimo dijo...

Ay, ella nunca se llevó demasiado bien con su hermana rebelde, con Ana...

Le enseñaré esta frase a mi hermana.

PD: vaya preciosidad de blog. Vaya fotos... apenas sí he leído algñun texto de puntillas. más tarde me paro. ahora seguiré estudiando (no a jakobson, pero casi)

Pedro M. Martínez dijo...

Es verdad, Ana Muñoz, las fotos están muy bien.
Incluso el blog.
Los textos...ahí.
Estudia.
Y gracias.

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