Persecuted, 1930
Una noche, cuando volvía a casa
se me apareció un ángel o un demonio, no sé precisarlo. Brillaba (él, yo estaba
más bien jodido). Dada mi situación de paro indefinido me dirigí a él para
solicitarle un empleo de cuarta Furia. Me miró de arriba abajo y aquí me llegó
la noticia de que yo ya soy el que era. Me sentí solo. La soledad es una opción de porcentaje
variable, incómodo, escribir es el recurso de mi impotencia –la impotencia como
concepto- y todas las mujeres que se llaman Isabel son rubias, dulces y sonríen
en un ventanal desde el que se ve a partes iguales el mar y las tormentas, la
tristeza del otoño y el sol de agosto, peces voladores y un perro negro que
ladra a los visitantes nocturnos. Aquí se queda el cuento suspendido, fragmento
de la imaginación, relato truncado, frío blanco, no hay perdida, es un alivio,
no sé cómo continuar, tiempo exhausto, necesidad de sol, contraste, pasar miedo
en las alturas de aviones bamboleantes, frío blanco entre el frío blanco de las
nubes, creer en la diversidad, tumbarme, ver pasar la luz por la ventana,
bañarme en mares templados, meter los dedos en otros platos calientes, alejarme
de lo rutinario, las mismas caras, voces, luces y sombras, dar descanso a los
peregrinos de esta página, pobres, los que leen estas incoherencias, la
herencia de recuerdos disfrazados de pastores tocando la flauta en un cerro.
Excepto escucharla (que bien canta, ella) nunca se me ha dado bien la música,
desafino. Por eso soy el pastor, el aprisco, el perro que lo guarda, las
ovejas, Don Quijote embistiéndolas con su lanza, el que pinta dragones en sus
libros de caballería y el lector que se sienta a tu lado. Además estaba obsesionado
con Megera. Su sombra me persigue, la he visto a menudo cuando volvía del
puerto, he escuchado su risa, he visto el brillo de su espada vengadora.
También Alecto me persigue a veces. Y confundo la Tisífone que castiga con la
que fue vendida como esclava. Por eso voy a las playas del norte (según se mira
el mapa, a la izquierda), también, para buscar nuevas historias que contar
aquí, las de ahora son peligrosas. Ya sentenciaba la abuela de J. “de lo que
habla el corazón escribe la pluma”. A falta de pluma y pelo me atuso los
bigotes y camino por los aires sin pensar en el regreso. En ocasiones me
planteo qué hago en esta página, porqué dejo tanto trabajo, tanto esfuerzo.
Luego leo un comentario, cualquiera, al azar, y tarareo con los Beach Boys
aquello de I'm pickin' up good vibrations, she's givin' me the excitations.
Algo pasa, saco pecho como un armador griego despechado me recojo y sigo, sin
levantar la cabeza, con una humildad que jamás he tenido, pasando incluso por
un espejo roto. No me rindo.
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