Tito Lucrecio Caro
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Los
sitios retirados del Pierio |
Recorro,
por ninguna planta hollados; |
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Me
es gustoso llegar a íntegras fuentes, |
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Y
agotarlas del todo; y me da gusto, |
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Cortando
nuevas flores, rodearme |
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Las
sienes con guirnaldas brilladoras, |
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Con
que no hayan ceñido la cabeza |
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De
vate alguno las divinas musas: |
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Primero
porque enseño cosas grandes |
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Y
trato de romper los fuertes nudos |
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De
la superstición agobiadora; |
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Después,
porque tratando las materias |
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De
suyo obscuras con piería gracia, |
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Hago
versos tan claros: ni me aparto |
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De
la razón en esto, a la manera |
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Que
cuando intenta el médico a los niños |
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Dar
el ajenjo ingrato, se prepara |
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Untándoles
los bordes de la copa |
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Con
dulce y pura miel, para que pasen |
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Sus
inocentes labios engañados |
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El
amargo brebaje del ajenjo, |
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Y
la salud les torne aqueste engaño |
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Y
dé vigor y fuerza al débil cuerpo; |
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Así
yo ahora, pareciendo austera |
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Y
nueva y repugnante esta doctrina |
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Al
común de los hombres, exponerte |
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Quise
nuestro sistema con canciones |
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Suaves
de las Musas, y endulzarle |
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Con
el rico sabor de poesía: |
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¡Si
por fortuna sujetar pudiera |
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Tu
alma de este modo con enlabios |
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Armónicos,
en tanto que penetras |
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El
misterio profundo de las cosas |
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Y
en tal estudio el ánimo engrandeces! Lucrecio |
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