sábado, 5 de febrero de 2022

Gallos

 Puedes acariciar a la gente con palabras. (F. Scott Fitgerald)




Lo conté aquí.
Hace unos años me entrenaba en el club Deportivo de Bilbao. Era bueno, nadando, muy bueno, nadaba rápido. En aquella pequeña piscina de 25 metros logré triunfos importantes, me acostumbré a ver mi nombre en los periódicos. Los dorsales y tríceps bien marcados me permitían pavonearme. 
“Es nadador”- decían mis amistades.
En la playa hacía absurdos alardes, nadaba hasta las boyas que marcaban los límites, intentaba salvar a los imprudentes, rescataba a los ahogados con sus cuerpos deformados que flotaban más allá de la entrada del puerto.
Como aquella tarde que saqué del agua a un hombre que tuvo un ataque al corazón cuando se bañaba con sus hijos pequeños. A él no le pude salvar la vida pero sí a los tres niños que gritaban entre las olas.
O aquel grueso surfista que se quedó sin tabla y la resaca lo llevaba hasta el acantilado. Fue peligroso pero conseguimos salir. Ni me dio las gracias.
Tengo muchas de estas historias, pero no es esto lo que quiero contar.




Álvaro era la estrella del club Náutico de Portugalete. Practicábamos las mismas especialidades, crawl y espalda. Sus marcas eran parecidas a las mías.
Coincidíamos en edad pero no en lugares de ocio, él vivía en la margen izquierda. Era guapo.
En los juegos provinciales, en 100 metros libres me ganó por una décima. En los previos a la olimpiada le saqué cuatro décimas en 100 metros espalda.
En el borde de la piscina ni siquiera nos mirábamos.
Una noche coincidimos en un garito de Santurce. Mis amigos me lo hicieron notar –ahí está Álvaro-. Pero no nos hablamos.
Fue cuando yo salía con Karmele.
Estábamos en un club, bailando. Al sentarnos, en la oscuridad de aquel antro apareció Álvaro, se dirigió primero a ella –te gustan los deportistas, ¿eh?-.
Después me miró, extendió su mano y dijo –hola, Pedro.
Nada más, no dijo nada más.
Marcó territorio, me hizo saber que había salido con ella.
Un mes después empecé a trabajar, dejé la natación, a Karmele, no volví a ver a Álvaro.



Los años han pasado.
No he llegado a nada, sigo en el almacén. Me piden clavos y sé en qué balda están y cuantos tenemos. Me piden pernos y lo mismo. No necesito ordenador, tengo memoria. Ahora la empresa está pensando en ofrecerme una jubilación anticipada.
Tampoco me he casado, tuve relación con una mujer varios años pero me dejó por un oficinista, un estrecho que vivía en el centro. De esto hace tiempo, de todo hace tiempo.
Tengo amigos, una cuadrilla, tomamos vinos por el Casco Viejo.




Anoche le vi.
En realidad me vio él.
Se acerca un tipo y me dice –hola, Pedro-.
No reconocí a aquel individuo mal vestido, con barba de varios días, con pinta de colgado.
Soy Álvaro- me dice.
Perdona, no te conozco- y seguí hablando con los colegas.
Se marchó con paso vacilante, parecía estar bastante perjudicado.
Una semana después no me lo puedo quitar de la cabeza.
¿Por qué fingí no reconocerle?
Si él está así ¿cómo estoy yo?
Esta puta vida es una ruina.

5 comments :

João Menéres dijo...

E se Alvaro morre, Pedro ?

Saludos.

Pedro M. Martínez dijo...

João Menéres...Vou rezar em seu túmulo. Que descanse em paz.
(O que eu escrevo é ficção)(quase)
Saludos

nadie dijo...

Pedro, tu "casi ficción" me recuerda uno de los temores que seguramente nos asaltan a todos los humanos, el de haber vivido nuestros mejores años en la infancia o la juventud, para luego irnos deslizando sin remisión, como cantaba Gardel, cuesta abajo en la rodada. Afortunadamente, nunca fue uno de mis miedos, como, imagino, tampoco fue el tuyo.

Por cierto, quedo muy agradecido por tus palabras de elogio del otro día. Un cordial saludo.

Pedro M. Martínez dijo...

nadie de esto que cuento solo es verdad al 100% hasta “Tengo muchas de estas historias, pero no es esto lo que quiero contar.” El resto es inventado absolutamente (o inspirado en alguien que conozco o conocí o yo qué sé). Los mejores años de mi vida son ahora porque es lo que tengo, el resto son recuerdos, nostalgias que no solucionan nada. Disfruto del hoy tanto como puedo y te aseguro que es mucho.
Mis palabras de elogio y admiración son sinceras porque tu trabajo está ahí. Busco tiempo para seguir leyéndote. Muchas gracias.
Un saludo.

Dorotea Hyde dijo...

Hola:
También a veces me pregunto por qué fingimos no conocer a alguien.

Este texto te ha salido magnífico.

Un saludo.

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