Orden, please.
Desde niño he sido un maniático del orden.
Me gusta tener todo bien organizado, clasificado y comprendido.
Durante mi vida, a pesar de mi soltería, mis relaciones con mujeres han sido abundantes.
El problema es que siempre me han preocupado sus manifestaciones sonoras.
En mi primer encuentro íntimo -tardío, ya- a los 25 años, ella exclamó durante el acto: ¡Oh!
El segundo, a los 28, fue un fracaso y ella dijo: ¡Bah!.
El tercero, a los 31, estuvo peor; ella no dijo nada y se marchó dando un portazo.
Reflexionando sobre esto llegué a la conclusión de que no había uniformidad entre gritos y silencios y dado que mi trabajo me absorbía - era vigía informático, siempre delante de un monitor, no tenía tiempo para cortejar a las damas -, opté por solicitar los servicios de expertas profesionales que con periodicidad mensual, me liberaran de mis necesidades eróticas.
Doce veces al año, durante los diez siguientes, escuché, con precisión mecánica, sus ah, ah, ah - ni uno más ni uno menos -. Debo decir que las mujeres cambiaban -según la agencia- y que no logré una amistad duradera con ninguna de ellas, limitándonos a hablar sobre el tiempo y cosas así, pero me alegré de la coincidencia en la cantidad y frecuencia de los gemidos en mi oído. Eso era.
(Sigue)
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