Eating by candlelight during a 1972 power cut in Telford. Ironbridge power station in the background. Photo David Bagnall.


martes, 14 de diciembre de 2021

Alberto Giordano

 


A las enfermedades les sigue la convalecencia, un tiempo de transición para recuperar las fuerzas perdidas y los espacios temporalmente vedados. En 2014, mientras va dejando atrás una profunda depresión, el crítico literario Alberto Giordano comienza a publicar en Facebook las entradas de un diario que constituye, al mismo tiempo, una bitácora de la recuperación y un ejercicio de reencuentro con la escritura. Desde la famosa red social se gesta entonces El tiempo de la convalecencia, un libro que recoge esas entradas, y donde el Giordano académico que se ha dedicado al análisis meticuloso de las escrituras del yo, cede el paso a un escritor que practica el intimismo espectacular, como él mismo lo denomina. Pero el carácter íntimo de la obra asoma ya no porque vaya a privarse a los otros de su lectura, sino porque aborda lo personal, e inmediato y cotidiano: un lugar donde se cruzan la confesión, la reflexión literaria, las conversaciones con amigos y psicoanalistas, los viajes, los sarcásticos comentarios de la hija adolescente, la evocación del padre que ha muerto y las caminatas en solitario por la ciudad de Rosario. Con mucho sentido del humor e ironía, Alberto Giordano retoma así la larga tradición de los diarios de escritores y, en un audaz giro se revela a la par como ocurrente narrador y agudo crítico, dejando que los límites entre el ensayo, la autobiografía y la autoficción simplemente se diluyan.

Un delicado hilo hilvana los poemas de El libro de las semejanzas: el de la similitud, o mejor, ese resbaloso vínculo entre las palabras y las cosas, entre el mapa y el territorio, entre el original y su traducción. Con un agudo sentido del humor que es, al mismo tiempo, un mordaz sentido del fracaso, Ana Martins Marques indaga en el intrincado universo de las semejanzas para constatar que entre el mundo y su representación existe un desajuste, una brecha irreductible. Brecha que la poeta transita a través del juego metalingüístico y la recreación de la frase hecha o el dicho popular; a través también de una cartografía sentimental que nos habla del amor y el desamor, o desde una irónica modestia que da cuenta de los límites de la creatividad. Porque es allí, en esa grieta, justamente, donde puede surgir el poema entendido, ante todo, como un ejercicio sutil que tras su aparente simplicidad revela la voluntad de asumir riesgos y librarse de certezas impostadas. Con El libro de las semejanzas y su escritura lúcida, audaz y a la vez elegante, Ana Martins Marques -inédita hasta el momento en castellano- deja claro por qué es una de las voces más originales y cautivantes de la poesía brasileña contemporánea.

De la idea a la palabra hay un tortuoso camino entre lo aprendido y lo que ya no sirve. A esto (*) antes se le llamaba bitácora, un espacio para reencontrase con la literatura (es curioso cuantos llegaron sin haberla perdido). Duró poco esa denominación, se quedó en blog y abrió el paso a torrentes de buena voluntad, creatividad, trabajo, ilusión, desengaño, vocaciones dormidas, cooperación y lo malo lo dejo para otro capítulo.     

A veces siento una gran desconfianza por la escritura; creo que aunque sea subrepticiamente, uno, al escribir, cuenta cosas personales. ¿Y quién que pueda leer no es igual a uno? ¿Y quién que es igual a uno necesita que le cuenten lo que sabe? Pero más saludable es no cuestionarse los actos inevitables, como este de contar que uno ha visto elefantes y, mansamente, responder a la urgencia de contarlo. Porque nadie cuenta nada por contar, sino porque se le impone el cuento que, así, contado, se convierte no en el hecho que uno conoce, sino en el que es conveniente que los demás conozcan.


Ángel Bonomini

Los lentos elefantes de Milán

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