Alberto Giordano
A las enfermedades les sigue la convalecencia,
un tiempo de transición para recuperar las fuerzas perdidas y los espacios
temporalmente vedados. En 2014, mientras va dejando atrás una profunda
depresión, el crítico literario Alberto Giordano comienza a publicar en
Facebook las entradas de un diario que constituye, al mismo tiempo, una
bitácora de la recuperación y un ejercicio de reencuentro con la escritura.
Desde la famosa red social se gesta entonces El tiempo de la convalecencia, un
libro que recoge esas entradas, y donde el Giordano académico que se ha
dedicado al análisis meticuloso de las escrituras del yo, cede el paso a un
escritor que practica el intimismo espectacular, como él mismo lo denomina.
Pero el carácter íntimo de la obra asoma ya no porque vaya a privarse a los
otros de su lectura, sino porque aborda lo personal, e inmediato y cotidiano:
un lugar donde se cruzan la confesión, la reflexión literaria, las
conversaciones con amigos y psicoanalistas, los viajes, los sarcásticos
comentarios de la hija adolescente, la evocación del padre que ha muerto y las
caminatas en solitario por la ciudad de Rosario. Con mucho sentido del humor e
ironía, Alberto Giordano retoma así la larga tradición de los diarios de
escritores y, en un audaz giro se revela a la par como ocurrente narrador y
agudo crítico, dejando que los límites entre el ensayo, la autobiografía y la
autoficción simplemente se diluyan.
Un delicado hilo hilvana los
poemas de El libro de las semejanzas: el de la similitud, o mejor, ese
resbaloso vínculo entre las palabras y las cosas, entre el mapa y el
territorio, entre el original y su traducción. Con un agudo sentido del humor
que es, al mismo tiempo, un mordaz sentido del fracaso, Ana Martins Marques
indaga en el intrincado universo de las semejanzas para constatar que entre el
mundo y su representación existe un desajuste, una brecha irreductible. Brecha
que la poeta transita a través del juego metalingüístico y la recreación de la
frase hecha o el dicho popular; a través también de una cartografía sentimental
que nos habla del amor y el desamor, o desde una irónica modestia que da cuenta
de los límites de la creatividad. Porque es allí, en esa grieta, justamente,
donde puede surgir el poema entendido, ante todo, como un ejercicio sutil que
tras su aparente simplicidad revela la voluntad de asumir riesgos y librarse de
certezas impostadas. Con El libro de las semejanzas y su escritura lúcida,
audaz y a la vez elegante, Ana Martins Marques -inédita hasta el momento en
castellano- deja claro por qué es una de las voces más originales y cautivantes
de la poesía brasileña contemporánea.
De la idea a la palabra hay un tortuoso camino entre lo aprendido y lo que ya no sirve. A esto (*) antes se le llamaba bitácora, un espacio para reencontrase con la literatura (es curioso cuantos llegaron sin haberla perdido). Duró poco esa denominación, se quedó en blog y abrió el paso a torrentes de buena voluntad, creatividad, trabajo, ilusión, desengaño, vocaciones dormidas, cooperación y lo malo lo dejo para otro capítulo.
A veces siento una gran desconfianza por la escritura; creo que aunque sea subrepticiamente, uno, al escribir, cuenta cosas personales. ¿Y quién que pueda leer no es igual a uno? ¿Y quién que es igual a uno necesita que le cuenten lo que sabe? Pero más saludable es no cuestionarse los actos inevitables, como este de contar que uno ha visto elefantes y, mansamente, responder a la urgencia de contarlo. Porque nadie cuenta nada por contar, sino porque se le impone el cuento que, así, contado, se convierte no en el hecho que uno conoce, sino en el que es conveniente que los demás conozcan.
Ángel Bonomini
Los lentos elefantes de Milán
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