Pone las manos sobre la mesa, las palmas hacia arriba, de ellas brotan petirrojos en círculos, colibrís y zorzales que silban y gorjean, melodía de pájaros en celo, cantos y vuelos antes del encuentro con ella.
Siempre ella detrás del poema, inspirándolo, llevándolo en la punta de los dedos, esparciéndolo sobre recuerdos que no se marchitan, momentos perennes, cuadros animados en las noches largas de no dormir, carrusel que gira y le marea, obstinación absurda.
(Esto ya lo ha escrito. Algo parecido. Es mentira. Aunque se desgarre la voz. Emborrona los papeles. Abre los dedos y se escapa el agua en versos poco lúcidos).
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