domingo, 30 de diciembre de 2018

Mujeres en la ventana

Sigo con el empeño de escribir cada día, con esta expresión ágil, si es que alguna vez ha sido airosa,  alegre y no el actual arrastrase por los días simulando, trampeando y aun así con damas acodadas en la ventana (Cuadro: Mujeres en la ventana, de Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682)) echando flores a los viandantes o recriminando el exceso de imágenes pintureras, que agito el magnolio, que para escribir hay que sufrir  (Yo creo que no se debe sufrir en ninguna profesión y que hay que intentar evitarlo. Lo que sí debe tener un artista es una mayor sensibilidad para ser capaz de llegar al otro con las cosas que dice, escribe o pinta.- Luz Casal) y resulta que estoy en un periodo de alegría que casi me sonroja en medio de este estado de pesimismo generalizado con predicciones apocalípticas en lo económico y negros nubarrones que, mire usted, el verano pasado en una playa de Galicia (qué maravilla Galicia y sus gentes) con esculturales señoras tendidas al sol, niños jugando y gritando, monumentales señoritas en bikini paseando por la orilla, panzudos y pacíficos señores leyendo el periódico bajo una sombrilla, atléticos jóvenes jugando a pala, al vóley, un servidor sumido en los pensamientos de quién soy, dónde voy, de dónde vengo, en esa playa, digo, también pensaba si no será eso la vida, vivir, disfrutar del sol y el agua, el rumor del viento, la ausencia de obligaciones, cifras de venta, la comida preparada en la mesa, las hipotecas pagadas, alguien que te rasque la espalda, que disfrute y se ría contigo en una cama, en el tejado, contra una pared o yo qué sé, eso, que algo más se ha sumado a mi estado de felicidad, tengo amigos, tantos, están ahí y me parece normal, pero uno de estos días el sentido de la amistad ha crecido y he tomado absoluta conciencia, me llaman, me invitan a comer, hablamos, nos sentimos, es hermoso, con todo esto no me sale escribir, me horado una oreja, sufro un poco y enseguida vuelvo a desarrollar textos con tragedias y desamores, guapas/os, gracias. También a las dos damas en la ventana.

  
Desde que vi por primera vez Mujeres en la ventana, de Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682), me sedujo por el juego de miradas cruzadas: el espectador que se asoma al cuadro, las mujeres asomadas a la ventana, y las miradas de uno y otras encontrándose en algún lugar intermedio, que no corresponde al museo ni al espacio que habitan los personajes retratados. Y luego hay otros misterios, como la razón del gesto de las mujeres: qué estarán viendo que les resulta tan divertido, desde su habitáculo en el lienzo. Y el misterio de la técnica: cómo se puede pintar con tal rotundidad la risa de la mujer mayor, oculta tras una tela. Pero este cuadro albergaba aún un misterio más que acabo de desvelar. Me he enterado hoy de que las modelos eran dos mujeres de origen gallego que alcanzaron fama como cortesanas en Sevilla. No una tía y su sobrina, no una criada y la niña de la casa, como llevaba yo años imaginando. Por un momento, me ha parecido que el frescor y la ingenuidad que emanaban del cuadro se esfumaban (perdonadme el chiste fácil) por la ventana. Pero he vuelto a mirarlo y me ha resultado inevitable sonreír. Es el eterno juego de esta pintura: las mujeres que observan y ríen asomándose a la calle, y el espectador que, siglos después, no puede hacer otra cosa que sonreír ante su desparpajo.( http://beatrizolivenza.blogspot.com.es/2011/08/los-cuadros-de-julio.html )

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