Laberintos y espejismos.
(Fernando Vicente)
A partir de una llamada telefónica todo cambió.
Ten cuidado con tu mujer, te engaña, dijo aquella voz y con ella entró la sospecha, la duda, el miedo, el rencor, la incomprensión, la impotencia ante una situación que no entendía, el progresivo aumento de las precauciones, el cambio de las rutinas, la vigilancia de las costumbres, el control, tantas cosas, en fin, que hicieron mi vida diferente.
Ten cuidado con tu mujer, te engaña, dijo aquella voz y con ella entró la sospecha, la duda, el miedo, el rencor, la incomprensión, la impotencia ante una situación que no entendía, el progresivo aumento de las precauciones, el cambio de las rutinas, la vigilancia de las costumbres, el control, tantas cosas, en fin, que hicieron mi vida diferente.
No hubo más voces avisándome pero la semilla de la desconfianza había prendido y todo era mirar el buzón por si aparecían cartas sin remite, revisar las llamadas al móvil, el ordenador por encontrar mensajes comprometedores en el mail, comprobar si había pruebas en la ropa, manchas sospechosas, olores, mirar los kilómetros del coche, los cargos en la tarjeta de crédito, la disminución del deseo, la intensidad de las miradas, indicios de otro hombre, señales de la infidelidad presentida, pavor ante la soledad.
Desde aquella llamada mi existencia entró en un agobiante ejercicio en el que solo me preocupaba proteger mi dignidad, mi propia estima, mi supervivencia.
Fueron tiempos duros, muy duros, se me fue la cabeza.
Un día me planté ante el espejo, me miré, encaré mi realidad y me propuse vivir como antes, antes del aviso, antes de aquello. En poco tiempo lo logré, apenas necesité cuatro años. Tampoco me resultó difícil, sobre todo teniendo en cuenta que soy, siempre lo he sido, un hombre solitario, soltero, sin pareja, que nunca he estado casado.
Desde aquella llamada mi existencia entró en un agobiante ejercicio en el que solo me preocupaba proteger mi dignidad, mi propia estima, mi supervivencia.
Fueron tiempos duros, muy duros, se me fue la cabeza.
Un día me planté ante el espejo, me miré, encaré mi realidad y me propuse vivir como antes, antes del aviso, antes de aquello. En poco tiempo lo logré, apenas necesité cuatro años. Tampoco me resultó difícil, sobre todo teniendo en cuenta que soy, siempre lo he sido, un hombre solitario, soltero, sin pareja, que nunca he estado casado.
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