martes, 4 de septiembre de 2018

Detonación.


Del fin de la tierra al centro del universo (del mío, claro), del paisaje al paisanaje (sí, el mío, el de ahora), de la utopía a la realidad (esta), de tocar el sol con la mano al amanecer cuando subo (subía) al faro a recorrer las riberas de la ría (de puente a puente y sigo porque me lleva la corriente). Esto es lo que hay y la fortuna de haber compartido el verano con personas que son tan buena gente que duele marcharse, con nombres concretos que tienen el corazón en la mano (y te lo dan), con hombres y mujeres tan de una pieza, sin dobleces, que te llenan de esperanza y de alegría. Se puede vivir lejos (¿siempre?), se puede replantear ese concepto de “lo mío” (¿se puede?), se puede casi todo y para cuando te das cuenta resulta que no tienes tiempo. Demasiado contraste entre el mar rompiendo mansamente en Langosteira y el exceso de otros, el gentío, la aglomeración, el postureo. La luz,  su ausencia. Claro que exagero, claro que nunca estamos contentos, aquí, allí, estamos en septiembre y luce el sol, aun, disfrutemos el ahora, aquí, allí nos esperará (sí, ¿no?)  

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