Detonación.
Del fin de la tierra al centro
del universo (del mío, claro), del paisaje al paisanaje (sí, el mío, el de ahora),
de la utopía a la realidad (esta), de tocar el sol con la mano al amanecer
cuando subo (subía) al faro a recorrer las riberas de la ría (de puente a
puente y sigo porque me lleva la corriente). Esto es lo que hay y la fortuna de
haber compartido el verano con personas que son tan buena gente que duele
marcharse, con nombres concretos que tienen el corazón en la mano (y te lo
dan), con hombres y mujeres tan de una pieza, sin dobleces, que te llenan de
esperanza y de alegría. Se puede vivir lejos (¿siempre?), se puede replantear
ese concepto de “lo mío” (¿se puede?), se puede casi todo y para cuando te das
cuenta resulta que no tienes tiempo. Demasiado contraste entre el mar rompiendo
mansamente en Langosteira y el exceso de otros, el gentío, la aglomeración, el postureo. La luz, su ausencia. Claro que exagero, claro que
nunca estamos contentos, aquí, allí, estamos en septiembre y luce el sol, aun, disfrutemos
el ahora, aquí, allí nos esperará (sí, ¿no?)
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