Carta a una princesa desencantada.
Érase una vez una princesa que vivía en un
reino donde no se ponía el sol. Bueno, quizás se ponía pero siempre le pillaba
dormida y no se enteraba de la luna ni de las estrellas fugaces. Mirándolo bien
esto puede ser bueno, ver lo que quieres ver, una opción, una selección de los
fenómenos naturales.
No quiero empezar el cuento por el final ni
llenarlo de spoilers pero, entre nosotros, la princesa había veces que se hacía
la dormida y entre las pestañas era capaz de distinguir la Vía Láctea, Ganimedes
y los cuartos menguantes. Lo que quiero decir es que la princesa lo era por
tradición pero no se chupaba el dedo excepto algunas noches en las que no podía
dormir.
A lo que íbamos. El reino ese que hemos dicho
era de colores, de todos los colores, una especie de muestrario interminable de
Pantone. Estuve allí una vez y pude comprobarlo, una pasada. La princesa iba
del amarillo pistacho al 19-1664 en un tris tras, no era caprichosa pero sí
selectiva y sabía lo que quería aunque a veces quería lo que otros querían y
así no hay manera de gestionar un catálogo.
Lo que sigue no es para infantes, tápenles
los ojos y los oídos si tienen alguno cerca, métanles al cuarto de las escobas,
un ratito, lo cuento y ya.
Resulta que sobre el reino de colores
apareció una nube. Parece que va a llover –pensó la princesa, que nunca
veía los telediarios y no se enteraba de las predicciones meteorológicas.
Y
así, tipi tapa, la nube empezó a crecer, negra, tóxica, radioactiva, maligna, creció
y desencantó el castillo, a la princesa y diluyó todos los colores.
Parecía que se acababa el cuento, no, la nube
sigue creciendo pero en algún momento tendrá que parar, digo yo.
La princesa está en un balcón intentando ver
el horizonte entre la bruma.
La princesa está desencantada pero le cantan
los juglares, hay un pájaro en el tendedero, se mira en el espejo sincero y ve
a una mujer tan bella que le da fuerzas para buscar la salida de la sombra.
No creo en las hadas, la verdad, pero me da
que la princesa tiene una que le comunica con otro reino, de solo cuatro
colores pero sin nubes, aunque llueva.
La princesa desencantada ha dejado de llorar.
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