Estruendo emocional en New York.
Pues
señor, corría el año de gracia de no sé cuándo y los mandamases verdes de New
York se habían propuesto terminar con la sequía amorosa que asolaba aquella
ciudad. Aburridos de las monótonas conversaciones de sus habitantes sobre la
muerte y el más allá se conjuraron para intentar que se dedicaran al más acá y
así gozar de la vida mientras pudieran.
Para
ello crearon un comité de evaluación de necesidades. Después de laboriosos
estudios, el citado comité, compuesto por miembros de diferentes colores, presentó
sorprendentes conclusiones. Destacaban entre las más importantes, a saber, la
evidente desproporción entre personas sensibles y personas ajenas a esta
malformación irrefutable.
La
solución era compleja pero como por algún lado debían comenzar fundaron el New
York Emotional Center, lugar destinado en principio para la reeducación de
aquellos ciudadanos con mínimos índices de sensibilidad o carentes de ella. Los
cursos estaban previstos como de larga duración y serían impartidos por poetas
locales, damas y caballeros de probada virtud y tres conocidos amantes del
Bronx.
La
realidad fue dramática, aplastante, al cabo de dos semanas las aulas estaban
vacías y los prófugos de la enseñanza deambulaban por las esquinas sin fijarse
en nubes ni arco iris, ajenos a lágrimas y versos, marcando distancia con
miradas duras y despectivos gestos con los dedos.
Este
primer fracaso, lejos de llevar el desánimo, provocó una reacción inesperada,
un grupo de entusiastas vecinos fundó el club de los Corazones Exacerbados y se
dedicó a colgar carteles por las paredes de los barrios invitando a todos,
residentes o no, a visiones colectivas de puestas de sol, gotas de escarcha en
las telarañas, gatos abandonados en los quicios, lectura de poemas de Walt
Withman y una dosis masiva de informativos de la televisión, incluidas
ejecuciones de tiranos de países de otros hemisferios y hambruna en lugares tan
lejanos que ni los conocemos.
Por
ahí empezó, una cosa fue llevando a otra y se filtró la noticia de que alguien
había dicho que uno comentaba que conocía a dos que después de ver serpentear
las gotas de lluvia por los cristales de una barbería del centro comercial
habían hablado de su similitud con la vida que resbala por los años, etcétera,
después degustaron un café, se citaron al cabo de unos días y –esto está sin
confirmar- una vez se tomaron de la mano. Un éxito, de ahí al acto amoroso solo
faltan años, papeles y un estado de gracia.
Aunque
nadie lo esperaba este aparentemente suceso, tan nimio, creó escuela y en los
días de lluvia se agolpaban las multitudes frente a las barberías de Times
Square esperando el milagro del diálogo más allá del béisbol, el rugby y, sobre
todo, de sus consecuencias, besuqueos, tocamientos, etc. De los diferentes
condados y villorrios venían, en coches y bicicletas, con cestas de manzanas y
sueños plisados, con gabardinas hasta los pies y pañuelos de seda cubriendo sus
cabezas. Entre las masas surgió un avispado que ante esta concentración humana
gritó: ¡Sensibilidad! .Y todos, sin excepción, respondieron. ¡Yea!. Como si
hubiera sido una orden se produjeron los primeras abrazos, tímidos, después
besos furtivos, siguieron con un desvestirse general, los intercambios de
pieles, los contrastes y al cabo de una hora aquellas almas en pena se
convirtieron en cuerpos en ebullición, en la proliferación de intercambios
sexuales, gemidos sobre el barro, comunidad de paisanos en un vaho amoroso y
cálido, un estruendo que trascendió los límites de New York. Aleluya.
Fue
un principio.
En
las siguientes elecciones volvieron a ganar los de siempre.
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