Recibimiento.
Querida Elena: esta es una alfombra de recibimiento a tu regreso, con palabras como arcángeles flotando a tu alrededor, con mi ilusión vestida de terciopelo porque has vuelto, con mi alegría porque te he recordado cada día.
Dando vueltas a esta sucesión de emociones intensas y tratando de oponer una definición a tu anhelo, encontré esta: inquietud, gozosa inquietud.
Y aquí me quedé con todas las preguntas, con todos los temblores recorriéndome, con el descubrimiento de una mujer que no conocía, ni conozco, pero que me llena de abismos, de misterios, de enigmas.
¿Por qué ahora? ¿Por qué en este momento? ¿Por qué de esta manera?. Y las respuestas vendrán solas. O no vendrán y estas cartas se quedarán en una mágica comunicación, en un paréntesis entre tus viajes por fuera y por dentro, en un experimento gozoso, en una hermosa alteración de la realidad más próxima, de lo cotidiano.
Todo esto que nos ocurre es nuevo para mí y quiero encontrar las palabras que se acerquen a este alboroto porque me llamas o te llamo y estoy en busca de caracolas paseando arriba y abajo por la orilla de esta playa que nos rodea, nos acaricia, nos llena de olas que nos agitan y nos estremecen.
Sin embargo la vida es otra cosa. No sé si esto es una evasiva. O miedo. O deseos de concretar esta algarabía de nervios cuando nos hablamos, cuando nos tocamos, este nudo aquí, este revoltijo amable de mejillas enrojecidas, de tartamudeos, de adolescentes sensaciones, de juguetear con la cremallera de tu falda, con los botones de mi camisa.
Te espero. Llámame pronto. Pero no, las obligaciones. La compra para el fin de semana. Debo acompañar a mi hija mayor al ginecólogo, a mi hija pequeña al ortodoncista. Y la colada. Y mi marido -ay, Juan- mi marido para el que sigo siendo transparente, una mujer transparente.
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