A Elvira.
Elvira, a veces olvido que no solo me lees tú y me dejo llevar por la emoción de las palabras, aireo sentimientos que solo a ti y a mí nos pertenecen.
Lo sé.
También sé que esas palabras se posan como golondrinas en tu tendedero y las recoges, las pliegas, las planchas, espolvoreas espliego sobre ellas, las quemas en el patio trasero y esparces sus cenizas en el viento de tu playa ilimitada.
Lo entiendo.
Intento definir si la emoción siete te corresponde en exclusiva o si la he inventado, si el estremecimiento diez es por tu cercanía o por mi imaginación. Es posible que mezcle unas cosas y otras, es posible que esté perdiendo la proporcionalidad, el sentido del ritmo, la cordura.
Lo temo.
Es lo que tiene escribir para nadie, nunca me ubico en un solo territorio, vago por páramos y colinas, subo y bajo, me pierdo en retórica y hablo desde el balcón sobre ninguna plaza. Otras veces me compro todos los ejemplares del periódico para que parezca qué, para no cerrarlo, para distraer las cifras reales de venta.
Lo reconozco.
En cualquier caso, bajo una manta, disfrazado de náufrago o de mártir de la fe, con bigotes pintados con un corcho de cava quemado o con la cara lavada insisto en el error de contarte, Elvira, lo que a todos cuento.
Pero te quiero y no puedo evitarlo.
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