Edward John Gregory - Boulter’s Lock, Sunday afternoon (1895)

lunes, 19 de octubre de 2015

Empieza el frío.





Empieza a hacer frío, el camarero me mira con sospecha porque es la tercera ficha que le pido para llamarte. Me prepara otro gin tonic (este con menos ginebra y más hielo, tal y como le dije la primera vez, que no se entera, coño) y lo deja sobre la mesa con su cara de pájaro, sus modeles toscos y mi certeza de que en realidad es un perseguidor de esas muchachas rubias que gesticulan delante de escaparates con vestidos imposibles, estampados con flores (de azufre, muy raras, sí). Le vigilo (al camarero) a través del espejo con llamaradas de noche y sonrío (sí, para que se confíe, estoy a punto de darle dos sopapos).    

No (te) llamo y vuelvo a casa, llueve, este que soy, el que conozco, se asoma a la ventana (la del comedor, la de las cortinas azules). Justo en la esquina de la calle te escucho cantar, tu dulce voz (como de recitadora de pliegos de cordel) interrumpe mi escritura ciega.

Escribir no sirve, bah, las palabras no dicen lo que siento, no pueden abarcar lo que llevo dentro (no sé, me siento incapaz, soy limitado), el lenguaje se me queda corto, romo. Por ejemplo privilegio, quererte es un privilegio, pero esta definición no es suficiente (la verdad es que no), no comprende tanto como bulle dentro.

Es cierto que puedo decir que llevo en el pecho aquel beso entre un rumor de  colegiales (de los últimos bancos) garabateando con sus plumillas siluetas que recuerdan cuerpos desnudos de mujer (o algo parecido, si es que hay algo que pueda parecerse a un cuerpo desnudo de mujer). Lo recuerdo.

Puedo decir que tengo (clavada con chinchetas en la pared de mi cuarto) una postal medio borrada (por el sol) de aquel pueblo donde nos amamos una noche y una madrugada (sí, mujer, aquella pensión con una señora tan agradable que te preparó una tortilla francesa para cenar y te daba consejos sobre los hombres mientras me guiñaba un ojo).

Añado (y ya acabo, en serio) que te amo, que tiemblan mis manos cuando cogen tus manos, que tiembla mi voz cuando digo que te quiero y siento tus lágrimas sobre mi (velludo) pecho. Te quiero a ti porque tú me has permitido quererme a mí, cuanto más te conozco más me conozco, cuanto más te busco mejor me encuentro y eso es un milagro pero las palabras están gastadas, me sobran palabras (no sé cuántas borrar), por eso ahora mismo me callo.


Hasta aquí.


4 comments :

Ning Jie dijo...

Pues eso: Glups!

Maribel dijo...

Jack Nicholson a Helen Hunt: "...tú me haces una mejor persona".Mejor imposible.
Primero lo leí con los pensamientos entre paréntesis, después sin ellos. De ambas maneras lees y dices (digo) wauuuu. Magnífico ejercicio literario.

Por un momento me he sentido como Mel Gibson, en este caso sabiendo en qué piensa el hombre, tu protagonista ;-).

Ya no es cómo escribes, sino cómo sientes, Pedro. Te leo y lo que nunca siento es frío.

Besets!

Pedro M. Martínez dijo...

Ning Jie, vale. 2.0

Pedro M. Martínez dijo...

Maribel Gs, es decirme Mel Gibson y saco la pistola, que a veces me tengo que hacer el malote para disimular. Mira, el otro día estuve en una charla de un periodista/ensayista y un director de cine/escritor. Muy interesante. El periodista/ensayista era muy culto y muy guapo y muy rubio, tenía una voz así y una pose asá, en un momento de su intervención citó a su mujer y a su hijo, que los rubios, guapos y cultos son así, se justifican (así me sonó). Escribir es (también) oficio (y borrar mucho). Muchas gracias y besos.

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