Silva y bustrófedon.
Me tiré al estricote, mudé de flébil barbilindo a mortal irreflexivo entre lupercales y bochinches. Sin dejar de pecar ejercí de adamita, ceroferario con cerquillo, manumisor en Santiago, bravucón empavesado, estudiante de miología, escritor sin adendas de silvas y bustrófedon, peregrino alimentado con gallofa bajo el cernidillo de Triacastela. Durante un tiempo hurgué en las litoclasas hasta caer en la malacia que desembocó en la cacoquimia que me asoló a pesar de las tisanas vulnerarias.
Ahora, cellenco, carcomido por la agnosia, aún brujuleo tras los siguemepollos de las mozas, aridecido el deseo, mas no extinto.
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