Ándele.
Duración.
Mis alas te las dejo.
Agítalas con fuerza, toma impulso.
Yo prefiero quedarme entre los hombres,
volver a hundir mis pies en tierra blanda.
Qué si hasta el misterio se derrumba.
Me puedes encontrar detrás del árbol.
Quién ha dicho que el tiempo verdadero
nos tiene que durar más que la vida.
Agítalas con fuerza, toma impulso.
Yo prefiero quedarme entre los hombres,
volver a hundir mis pies en tierra blanda.
Qué si hasta el misterio se derrumba.
Me puedes encontrar detrás del árbol.
Quién ha dicho que el tiempo verdadero
nos tiene que durar más que la vida.
Joaquín Pérez Azaústre.
Se
entornó la puerta con un relajante sonido de bisagras y por la rendija
ondulante escaparon los poetas. Antes de
esta huida solo unos pocos sabían de su existencia. Cuando la televisión lo
informó, los de siempre tapiaron la carretera del litoral, por si acaso. Por
allí no pasaría esa gente rara con sus labios rojos, con lirios en la pechera y
una bandera Richard.
Acababa
de entrar el verano y a muchos lugareños les daba miedo tropezarse con algún rimador
de oscuros versos al volver de la playa, bien sentados debajo de una higuera o mordisqueando una
tableta de chocolate con almendras o escribiendo para damas enlutadas a la luz
de un candil de noctilucas.
Al
atardecer entró la niebla y el perdón y eso fue lo peor, los mirlos se enredaban
en los alambres de tender las pasiones y las muchachas nerviosas buscaban a los escritores en
miradas que metamorfoseaban lo inexistente con el futuro. No había forma de
arreglarse con ellas en lo real, en la ausencia de ternura, en el sexo a
deshoras.
Los
poetas azules son gente creativa, van y vienen buscando la voz, la carretera al
otro lado, generalmente las encuentran a la tercera o la cuarta. Los poetas
amarillos se dejan morder por perros de rutina y pierden experiencias diversas, pañuelos en
los autobuses y la virginidad detrás de una tapia de complejos y miedos.
Para
septiembre ya nadie recordaba a los fugados. Alguien dijo que vio un reguero
sangriento en una acequia, otro que el campo de remolachas se había teñido de
augurios y se agostó, otro más acarició con sus manos callosas el tronco de un cedro y los dedos se le llenaron
de ruidos.
Una
noche los poetas salieron de un agujero, uniformados y ciertos, numerados y
diferentes, les guiaba un ciego. Se agazaparon como ardillas ante la puerta,
cerrada, y esperaron. Cuando al separarse las nubes brilló la luna, como en una
revelación, supieron de la conexión entre el riesgo y la creatividad y las
risas de los otros o su indiferencia, el profundo significado de apostar por
algo que no es nada, dejar en un frasco de cristal las horas arrugadas y
arriesgarse a que lo de hoy, por ejemplo, no lo entienda ni dios.
Se
dispersaron.
3 comments :
Creo que los poetas saben que entender no es todo... aunque se uniformen y numeren, aunque se agazapen y esperen, aunque vean la indiferencia o las risas... Creo que a un poeta, lo creo como opinión personal, no puedo argumentarla, me arrriesgo como ellos a que no me entiendan, creo que a un poeta... se le siente,... y es su magia y su creatividad, hacerse sentir incluso no pararse a pensar en si se entiende, porque la fuerza de la sensación alimenta y enseña...
A mí, leerle esta nnoche, me deja una sensación de estar pasando frío, es como el miedo, cuando el frío se te hace de dentro hacia afuera por la espalda... así...
Se le quiere, Pedro, hacedor de sensaciones... no se disperse, poeta...
Nada. No. Todo. Sí.
India, no puede ser, ha desaparecido. Dígame que es un accidente, algo temporal. No puede ser.
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