Bilbao poesía
Versos sutiles come rayas de lluvia
Hay
que condenar
severamente
a quien
crea
en los buenos sentimientos
y
en la inocencia.
Hay
que condenar
igual
de severamente a quien
ame
al subproletariado
carente
de conciencia de clase.
Hay
que condenar
con
la máxima severidad
a
quien escuche en sí mismo y exprese
los
sentimientos oscuros y escandalosos.
Estas
palabras de condena
han
empezado a resonar
en
el corazón de los Años Cincuenta
y
han continuado hasta hoy.
Mientras
tanto la inocencia,
que
efectivamente existía,
ha
empezado a perderse
en
corrupciones, abjuraciones y neurosis.
Mientras
tanto el subproletariado
que
efectivamente existía,
ha
acabado por convertirse
en
una reserva de la pequeña burguesía.
Mientras
tanto los sentimientos
que
eran por su naturaleza oscuros
han
sido atropellados
en
la añoranza de las ocasiones perdidas.
Naturalmente,
quien condenaba
no
se dio cuenta de todo eso:
él
continúa riéndose de la inocencia,
desinteresándose
del subproletariado
y
declarando los sentimientos reaccionarios.
Continúa
yendo de casa
a
la oficina de la oficina a casa,
o
si no enseñando literatura:
es
feliz por el progresismo
que
le hace parecer sagrado
el
deber enseñar a los domésticos
el
alfabeto de las escuelas burguesas.
Es
feliz por el laicismo
por
lo que es más que natural
que
los pobres tengan casa
coche
y todo lo demás.
Es
feliz por la racionalidad
que
le hace practicar un antifascismo
gratificante
y elegido,
y
sobre todo muy popular.
Que
todo esto sea banal
ni
siquiera se le pasa por la cabeza:
en
efecto, que sea así o que no sea así,
él
nada se mete en el bolsillo.
Habla, aquí, un mísero e impotente Sócrates
que
sabe pensar y no filosofar.
el
cual tiene sin embargo el orgullo
no
sólo de ser un entendido
(el
más expuesto y descuidado)
en
los cambios históricos, sino también
de
estar directamente
y
desesperadamente interesado en ellos.
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