Carol Ann Duffy
CALENTANDO SUS PERLAS
Sus perlas tocan mi piel. Mi señora
me dice que me las ponga, que las caliente hasta la noche
cuando le cepillo el pelo. A la seis las coloco
en su cuello blanco y lozano. Pienso en ella todo el día
mientras reposa en la habitación amarilla, rodeada de seda
y tafetán, ¿qué traje se pondrá esta noche? Se abanica
mientras hago mi trabajo complaciente, mi calor poco a poco
se adentra en cada perla. Su holgado lazo rodeándome el cuello.
Es hermosa. Sueño con ella
en mi cama de arriba, me la imagino bailando
con hombres altos turbados por mi tímido y persistente
aroma mezclado con su perfume francés entre las piedras blancas.
Le cepillo los hombros con delicadeza,
veo el fino rubor que se filtra por su piel
como un vago suspiro. En su espejo
mis labios rojos se abren como queriendo hablar.
Está llena la luna. Su coche la trae a casa. La tengo
todo el tiempo en la cabeza. La imagino desnudándose,
quitándose las alhajas, veo su mano suave alcanzando
el joyero; la veo meterse en la cama, desnuda,
como siempre hace… Y yo aquí, tendida y despierta,
sabiendo que las perlas ya se enfrían
en la habitación donde mi señora duerme. Las echo
de menos toda la noche. Y ardo.
Carol Ann Duffy
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