Humildad en tiempos difíciles
Los
muchachos de las bicicletas la cortejaban en los callejones.
La
veía pasar frente a mis balcones cuando volvía de las plegarias en la
oscuridad.
En
mi interior gritaba su nombre, el que me había inventado, el viento y la sombra
se llevaban mis pensamientos.
El
deseo lo llenaba todo.
Seguro
que ella me veía escondido entre las cortinas, un adolescente asustado, el de
la casa del tejado rojo, un perfil difuso, nadie.
Nunca
me atreví a hablar con ella, me fui, un cobarde, huí.
Me
fui
de
Bilbao
a
ver
la
virgen
sobre
la
zarza,
después
peregrinos
alrededor
del
agujero
de
la bomba,
explosión,
muerte,
impiedad,
bailarines
girando
en
bailes
de
muerte.
Praga.
Me
fui,
huí,
busqué
otras
mujeres,
vicios,
humo,
polvo,
sangre,
un
maldito.
Budapest,
cenizas,
espejismos
rutina
del
ocio
vagando
por
Europa
como
un
mendigo
mirando
escaparates,
sótanos,
Roma,
corazones,
aprendí,
curiosidad,
nunca,
nunca,
en
ningún lado
ninguna
como
ella.
Berlín.
Regresé,
barbudo,
cansado,
escéptico,
otro,
con
caftán,
excéntrico,
desconectado,
un
joven
viejo,
la
zarza
aún
ardía
ante
mis
ojos.
Los
muchachos eran hombres y ella no estaba. Ni mis padres. Mis sueños habían
muerto en París, en Viena, en Madrid. Tanto viaje para encontrarla, para
encontrarme. Nada. Todo perdido. Vuelta a empezar. Quizás sea tarde. Escribo
esto para saberlo, para intentar medir mi estupidez. Nunca he sabido andar en
bicicleta,
2 comments :
Ay, mi Pedro...
Leer aquí es otro nivel, el más alto.
Y, dónde están todos?
Se habrán quedado en casa.
Un placer recordarte a ti y a tan buenos tiempos de bullicio y desorden en los comentarios de esta, tu casa.
Un abrazo!
Єѕтnoм, qué alegría verte en esta despoblada esquina. Aquí seguimos contra viento y marea. Un abrazo muy fuerte y cuídate mucho.
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