sábado, 7 de marzo de 2020

La pirueta


¿Por qué quieres encontrarlo, Dudú?, me había preguntado Lía ya despojada de su trajecito de doctora mientras, junto a la foto de un Milan Rakiç muy serio que recortamos de la prensa guatemalteca, iba metiendo todas las postales en un viejo sobre amarillo.
Nunca le contesté. No había una sola respuesta. No lo creo. Para todo siempre existe más de una verdad, me había escrito Milan en alguna de sus postales. El porqué de un acto es una especie de crucigrama intelectual, se me ocurrió entonces o se me ocurre ahora, donde uno intenta rellenar las pequeñas cajitas vacías que se enredan y mezclan y apoyan entre sí, donde ninguna respuesta vale ni más ni menos que todas las otras y también donde cada respuesta por sí sola podría parecer irracional o quizás hasta una locura. Pero juntas, en cambio se complementan y fortalecen. O algo así. Me sentía seducido, supongo por su música, seducido por sus postales, seducido por su historia, seducido por los sismos revolucionarios de su espíritu, seducido por una ahumada y erótica imagen que no distinguiría sino hasta el final de mi estancia en Belgrado. Y un hombre seducido ya no mide nada de la misma manera, ni el tiempo ni la fuerza de la gravedad ni mucho menos los kilómetros. Lo único que entendía, realmente, era que estaba obsesionado con la 💡 de buscarlo, que necesitaba buscarlo quizás de la misma manera en que un niño, con algo de miedo, con algo de curiosidad y morbo, necesita meter la cabeza debajo de su cama para buscar a un fantasma.

Eduardo Halfon, 
“La Pirueta”

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