Otro capítulo
Saben aquel
que dice de uno que se olvidó del mañana.
Tenía un
ahora tan intenso que ni tiempo tenía para pensar en futuros (como para hablar
de previsiones). En una adolescencia perpetua se bañaba en la piscina del
cielo, algo impropio aunque cómodo, excepto para el desafío del trampolín, para
saltar al vacío de la realidad insumisa.
No existía
el después, todo lo ocupaba todo el hoy, se enseñoreaba en la belleza de los
cuerpos, en el calor del deseo, en su satisfacción inmediata, en la acumulación
de momentos creciendo, desbordando los límites de la garganta, el hígado, los
recovecos del cerebro que apenas alcanzaba a intuir que detrás de todo esto solo
había una huida.
Pero, ay
madre, en un instante de luz entre dos nubes el hombrecillo que se sentaba a la
derecha de su cabeza le susurró al oído: esto es así pero no es, será, pero no todavía.
Sonaba Led
Zeppelin y no es una disculpa, pero es posible que ni siquiera escuchara ese
acertijo, al menos no modificó la hoja de ruta.
Hasta que el
choque fue brutal, un día, un viernes, el calendario se enrabietó, le saltó a
la cara y le mordió con la saña del espejo.
El lunes
estaba en relieve, existía el dolor y aquel vehículo no tenía marcha atrás. Al
entrar al hospital se encontró con que el mañana era pasado y perdió la noción
de lo real, de lo irreal y del arco iris.
El
hombrecillo que se sentaba a la izquierda de su cabeza le gritó al oído: ¿ves? Te lo dije.
Lo que sigue
es ya otro capítulo.
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