Del 12
Emperatriz
en el territorio del Sí, no podrás vengarte de las mujeres que te precedieron
en mi corazón. No tendrás tiempo. No podrás reunir sus destinos aventados a los
cuatro puntos cardinales. No podrás plantar alfileres de cabeza colorada en los
mapas de las tierras medias. No podrás explorar las selvas de pasiones
hirviendo detrás de las cortinas de las casas de pacíficas abonadas a caridades
diversas, de respetables señoras de misa diaria y pucheros. Déjalo, no aprietes
el botón rojo del holocausto, no quieras girar el facistol donde monjes
piadosos cantan gregoriano y mambo. Déjalo, sigamos vestidos de blanco, con la
frente marcada por los hierros candentes de nuestro nombre girando ardiente en
aires de ida y vuelta, en brisas que nos consuelen de tanto maullido, de tantos
señores de corta estatura, vestidos de negro, avinagrados, señalando con el
dedo la dirección donde empieza el vacío, donde terminan los sueños heridos por
los otros, los que se fueron, los que no estuvieron en treinta años, los mismos
años que se pasaron sentados en el sillón del comedor; fumaban y leían la
prensa (poco más, ahora ya nadie lee, nada. Excepto tú).
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