Parker y la mujer silenciosa
Parker
no puede callar más, añora la dulzura de aquellas manos, los labios que besaban
sus párpados, la voz que le bañaba en aguas claras, lo más parecido a cuando
con marea baja buscaba percebes en las rocas lisas de Ogoño, atento a las olas
traidoras.
Tantas
cosas ignora aún de ella, las camas en las que ha dormido, los pájaros,
animales oscuros, música, temblores, miedo.
Pero
ella se esconde detrás del abanico, cierra las puertas, levanta paredes
imaginarias, agravios reales, silencios o despedidas, baja al subterráneo, se
pierde en viajes a países lejanos.
Y
Parker sigue así, anhelante, confuso, hambriento, inseguro, con las heridas
abiertas, con la memoria a flor de piel, con el cuerpo esperando el bálsamo de ese
cuerpo de niña con mente de anciana.
Ven, musita.
Pero
no viene.
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