domingo, 18 de febrero de 2018

Vacaciones


Llego, me traen, a este lugar extraño, por carreteras tortuosas bordeadas de adelfas y camiones volcados en las cunetas.

Papá, pararemos en esa gasolinera. – me habían comunicado, deferentes.

Las paredes de la cafetería, al lado de la estación de servicio, están repletas de carteles de corridas de toros, fotografías de adolescentes desaparecidas, anuncios de curanderos o de vendedores de arena y clavos.

Miro mis manos sobre esta mesa que ocupo desde hace tres horas y cuatro cafés con leche. Los posos al fondo de la taza no me revelan ningún futuro extraordinario. El camarero, con cara de aburrimiento, evita mirarme y pasa un paño húmedo sobre el mostrador, una y otra vez, de forma mecánica. Al salir del servicio mi familia había desaparecido, así, como por arte de magia, ni rastro.

¿Cuándo llegamos? – había preguntado, impaciente, mi nieto mayor.
¡Calla! – le respondieron, como si no fuésemos a ninguna parte. Yo al menos.

Dos años y tres meses sin Lucia. Ay, cuanto añoro su presencia. Al menos no ve este ridículo, esta villanía. A mí también, carajo. Qué viejo idiota soy, ni me había enterado. Había leído en la prensa casos de ancianos abandonados en verano, pero nunca imaginé que pudiera pasarme también a mí. Además no soy un anciano.

La gente entra y sale del bar sin reparar en mi presencia. Sólo una niña, con un helado en la mano, dice al pasar a mi lado – Mamá, ese señor está llorando.- Pero no, es sólo la vista cansada de imaginar los pasos siguientes: el teléfono, la Guardia Civil, sí, íbamos de viaje de vacaciones, no sé donde están ahora, sí, con mi hija, su marido y mis dos nietos, todas las explicaciones inexplicables, como razonar este abandono si hasta ahora, si nunca antes.

La radio emite música que no entiendo, habla de temas que no me pertenecen. Esta es una embarazosa situación que no sé cómo solucionar. De momento me iré a un hotel. En ese instante asoma por la puerta la cabeza de mi yerno, balbucea – Perdone, Juan, pero me había citado con un cliente, aprovechando el viaje. No llegaba a la cita y partimos. Su hija está muy enfadada conmigo ¿Hemos tardado mucho? , ¿Nos vamos? - Y recompongo mi orgullo herido, le suelto un tremendo bofetón que lanza por los aires sus estúpidas gafas de sol, salgo del bar con la cabeza alta, acaricio la cabeza de mi hija al entrar en el coche, me acomodo entre mis nietos que me besan, mimosos.
El viaje continúa, en silencio, con tres adultos enfadados y dos niños asustados.

Cierro los ojos y me refugio en el recuerdo de Lucía. Un viudo llorando por dentro, a chorros. Un anciano que empieza a tomar conciencia de que lo es. Un hombre mayor, con su familia, viajando por carreteras tortuosas bordeadas de adelfas y camiones quemados en las cunetas.

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