Sobre la catarsis.
Catarsis (del griego κάθαρσις kátharsis, purificación) es una palabra descrita en la definición de tragedia en la Poética de Aristóteles como purificación emocional, corporal, mental y religiosa. Mediante la experiencia de la compasión y el miedo (eleos y phobos), los espectadores de la tragedia experimentarían la purificación del alma de esas pasiones.
Según Aristóteles, la catarsis es la facultad de la tragedia de redimir (o "purificar") al espectador de sus propias bajas pasiones, al verlas proyectadas en los personajes de la obra, y al permitirle ver el castigo merecido e inevitable de éstas; pero sin experimentar dicho castigo él mismo. Al involucrarse en la trama, la audiencia puede experimentar dichas pasiones junto con los personajes, pero sin temor a sufrir sus verdaderos efectos. De modo que, después de presenciar la obra teatral, se entenderá mejor a sí mismo, y no repetirá la cadena de decisiones que llevaron a los personajes a su fatídico final.
En las tragedias clásicas, el motivo principal del infortunio es casi siempre la hybris, o el orgullo desmedido que hace a los mortales creerse superiores a los dioses, o que no los necesitan ni les deben honores. Dicho hybris es considerado como el más grave de los defectos, y la causa fundamental de todos los infortunios. De este modo la tragedia también alecciona y enseña al espectador respecto a los valores de la religión clásica. La catarsis es, pues, el medio por el cual los espectadores pueden evitar caer en dicho hybris.
En el psicoanálisis
Josef Breuer y Sigmund Freud, iniciadores del psicoanálisis, retomaron este concepto en sus primeros trabajos, y denominaron método catártico a la expresión o remembranza de una emoción o recuerdo reprimido durante el tratamiento, lo que generaría un "desbloqueo" súbito de dicha emoción o recuerdo, pero con un impacto duradero (y le permitiría luego al paciente, por ejemplo, entender mejor dicha emoción o evento o incluso hablar ampliamente sobre ello).
Leonard McCombe The dining car
Pongo orden. Tantos textos expuestos deben tener una explicación. Hay un algo ahí detrás que debe darle sentido. Lástima no ser lacaniano practicante, discípulo, asesor de almas atribuladas, yo qué sé, saber.
Aunque mejor no, mejor no estar afligido, no ser una isla, rumiar el desencanto solo en lo oscuro, utilizar la escritura como catarsis, lejos de cualquier intento psicológico, de explicar el para qué, dejar deslizarse las palabras al desamparo de la crítica, el análisis, que envejezcan, orgullosas, a veces fuera de lugar, otras en búsqueda de ese lugar, sin melancolía, mirando hacia delante, pues eso, que no tengo tiempo para nada que no sea esto y lo otro y lo de más allá. Olé.
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