Cortando acacias.
Por el monte, desorientados dentro de un bosque de
eucaliptos, pinos, árgoma y silencio. Los diez. Tratamos de encontrar la cruz. Debe
ser por ahí. No, por ahí. En un cruce, como de la nada, aparece un caminante
sabio, sigan unos pasos, tuerzan a la
derecha y ahí está, después tomen el camino señalado con dos rayas, una amarilla, la otra blanca, sigan hasta donde unos hombres cortan
acacias, ahí pregunten.
Aita, grita el niño sentado en un tractor. Cortando acacias,
furtivos, una familia, como en una película de la América profunda, siguen a lo
suyo, no nos miran pero sí nos ven, desconfían, el mastín gruñe, no dejan de
utilizar las motosierras, al pasar cae un árbol a nuestro lado, ni se inmutan,
siguen a lo suyo. Lo suyo. Preguntamos, sin sonrisas la mujer hace gestos, entendemos. La encina, la ermita, todavía
una hora y la carretera. Ugh. La jungla a poca distancia de la civilización. O así.
Después la comida pero esa es ya otra historia.
Después la comida pero esa es ya otra historia.
Tengo que invitar a Parker a estas excursiones.
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