Capítulo cien.
Capítulo cien. En el que en esta noria se
cuenta cómo escribir es no vivir, es decir nada, es decir qué me va usted a
contar, que van y vienen los días y aquí no llama nadie (atentos, nada, nadie).
Se secan los pozos, se alborotan los vencejos y nos juntamos las viejas glorias
para recordar lo que no pasó, aquello que de tanto contarlo lo hemos modificado
y al final resulta que ni siquiera somos amigos y paga tú y luego arreglamos. Si
te pones así discutiría incluso lo de glorias/gloria, que cuando el tiempo pasa
y la soledad está sentada en el sillón del salón comedor donde nadie come
terminas hablando con ella, es decir solo, es decir que te contestan las
cortinas que, por cierto, necesitan un agua, la verdad. La realidad es la que
no veo/vemos, que eso es escribir, no ver la realidad, joder, mírate al espejo,
eso/ese (o sea tú) es la realidad, no hay más y ya puedes ponerte como un
basilisco (frase antigua) o dar vueltas como un zarandillo (frase aún más
antigua) que lo que é, é y por más que intentes recordar es en vano, aquello no
fue, tú no fuiste y solo tienes este ahora entre el bostezo y el miedo. Ya, que
te está dando bajona, hala, por leerme, a quién se le ocurre (es una pregunta
sin signos). Capítulo ciento uno.
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