Shabtis.
En mi anterior encarnación fui un poeta egipcio, inescrutable en mis versos, ambicioso en mi obra, perseguido por las autoridades, implicado en lo cotidiano mientras observaba las largas filas de trabajadores desplazando piedras, preparando argamasa, comiendo en el camino, elevando monumentos funerarios para aquellos que todo lo tenían excepto el más allá.
En la loma, bajo toldos, el Faraón.
Entusiasmado en mi oficio quise cumplir con la misión del poeta, dar fe. Así reuní cantos de obreros, el viento levantando arenas, gritos de capataces, lamentos de los caídos, la voz de las aguadoras, restallar de látigos, el martillo en la roca, vibración de las cuerdas tensas, gallardetes ondulando en la mañana, trajinar de sirvientes, rasguear de las plumillas de los ingenieros inclinados sobre planos, el chasquear de los dedos del que todo lo puede, Rey de Reyes. Todo lo recogí en poemas que causaron mi ruina. Estos.
Ahora soy un shabtis en las tinieblas púrpuras del Más Allá, mi larga barba trenzada, una azada en las manos, una bolsa pequeña para el grano sobre un hombro, danzo sobre este abismo de fértiles cosechas, caído en el infinito funerario, un trabajador agrícola entre otros, pasión de muerte en este infierno, perdido el mito de la poesía, añoranza del canto, esclavitud aún más lejos de la vida, tragedia sin personajes, ni escenario, último lazo antes de la nada, espera de una nueva encarnación, el conjuro grabado en la frente: Que sea iluminado mi Osiris.
Quizás alguien me descubra.
Los SHABTIS son pequeñas figurillas funerarias de sirvientes a modo de momias, también conocidos como Ushebtis o Schwabtti, que es el nombre del árbol con cuya madera solían tallarse. Aunque mayoritariamente estaban hechas de madera, también podían ser de barro. Representaban todas las actividades habituales de la vida cotidiana; o sea, todo tipo de oficios (desde panaderos y carniceros hasta ejércitos enteros y embarcaciones con toda su tripulación).
Su misión era sustituir al difunto en caso de que el cuerpo fuera destrozado y en las tareas desagradables del Otro Mundo. Se trataba en cierta manera de dobles, de sirvientes mágicos personales del fallecido. En ocasiones incluso guardaban cierto parecido físico con el difunto.
A principios del Imperio Medio se extendió la costumbre de incluir estas mágicas estatuillas entre el equipamiento funerario. Solían colocarse en diferentes lugares de la tumba; bien dentro del ataúd, a su lado, en el mismo suelo de la tumba o incluso en un pequeño sarcófago especialmente hecho para ellos (en ocasiones se han encontrado más de un centenar de ellas en un mismo sarcófago).
Los Shabtis cobraban vida gracias a los jeroglíficos que las envolvían, textos religiosos y fórmulas mágicas (la más común de todas es la que aparece en el pasaje número VI del conocido Libro de los Muertos) que propiciaban al difunto el uso de estos siervos en el Más Allá siempre que el fallecido precisase de su ayuda, ya fuera para servirlo o proporcionarle todo aquello que necesitara en el Otro Mundo.
También solían llevar el nombre del difunto, pero tampoco es extraño encontrar -aunque son casos menores-, ushebtis totalmente anónimos sobre los que no se dejó ninguna inscripción alusiva a la identidad del fallecido.
El Museo del Louvre cuenta con una de las mejores colecciones de Ushebtis; reúne unas 4.200 piezas, aunque solamente se han expuesto unas 800.
(De Egipto.com)
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