Aquí
Finisterre está ahí, tan lejos de (mi) aquí y sin
embargo tan cerca. Me alegra como a pesar de la diferencia del acento y poco
más, allí nunca no me siento extranjero. Por eso y por muchas cosas más vuelvo.
Este año he estado tanto tiempo que, como Joe Gould, casi entiendo el lenguaje
de las gaviotas, incluso sus graznidos nocturnos.
Han sido muchos días de experiencias variadas. Si sé
las iré contando. Eso de aprender, mezclarse, atrapar, entender, sentir, buscar el contraste, lo que nos diferencia y
que, sin embargo, nos une, nos enseña, nos enriquece.
Es una fortuna encontrar un lugar donde a cada paso la
mirada se convierte en poesía, donde gentes de tantos lugares del mundo terminan
un peregrinaje íntimo más allá de su caminar pero, sobre todo, las personas,
sentir el cariño de tantas personas que año tras año me dan una lección de
generosidad en su alegría cuando llego,
en el trato diario y en su sentida
despedida (me emociono). Qué buena gente.
Ya estoy pensando en volver.
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