lunes, 4 de septiembre de 2017

Aquí


Finisterre está ahí, tan lejos de (mi) aquí y sin embargo tan cerca. Me alegra como a pesar de la diferencia del acento y poco más, allí nunca no me siento extranjero. Por eso y por muchas cosas más vuelvo. Este año he estado tanto tiempo que, como Joe Gould, casi entiendo el lenguaje de las gaviotas, incluso sus graznidos nocturnos.

Han sido muchos días de experiencias variadas. Si sé las iré contando. Eso de aprender, mezclarse, atrapar, entender, sentir,  buscar el contraste, lo que nos diferencia y que, sin embargo, nos une, nos enseña, nos enriquece.

Es una fortuna encontrar un lugar donde a cada paso la mirada se convierte en poesía, donde gentes de tantos lugares del mundo terminan un peregrinaje íntimo más allá de su caminar pero, sobre todo, las personas, sentir el cariño de tantas personas que año tras año me dan una lección de generosidad  en su alegría cuando llego, en el trato diario  y en su sentida despedida (me emociono). Qué buena gente.

Ya estoy pensando en volver.


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