Monte Pindo
El Monte Pindo se encuentra junto a la playa de Carnota.
Los historiadores
denominaron a este monte el Olimpo
Sagrado de los Celtas.
Nuestros antepasados solo supieron explicar la curiosa
geomorfología del Monte Pindo, llena de relevos en bolas de granito, a través
de historias de deidades, esculturas o monstruos y gigantes míticos. A través
de leyendas que llenaron de ilusión a los habitantes de estas tierras, que
transmitieron de padres a hijos durante siglos; cuentos de tesoros fabulosos,
hermosas princesas (mouras), rutas secretas, serpientes de siete cabezas, hadas
encantadas, sacrificios y ritos de fecundidad – que al parecer prevalecieron
hasta tiempos muy recientes- y que dieron forma a la tradición que sitúa en
este lugar al monte sagrado de los celtas gallegos.
El Monte Pindo tiene varios castillos, castros, restos de
Ermitas y cuevas de criaturas mágicas. En su cumbre está la Pedra da Moa
con “pías” (bañeras naturales), donde se cree que se hacían rituales celtas. Y
un poco más abajo está la cueva de A Ermida, donde estaba una vieja
iglesia de la que se ha descubierto una antigua inscripción. Se cree que
está relacionada con una capilla del siglo XII.
Para defender la comarca de los ataques vikingos, se
erigió el castillo de San Xurxo, construido por el obispo Sisnando en el
siglo X, y en el Monte también se puede encontrar el castillo de Penafiel, que
tiene una inscripción que reza:
“Reyes,
obispos, presbíteros, todos por poderes recibidos de Dios, excomulgaron aquí
ese castillo”
Leo esto en
internet y voy al monte Pindo. Una subida dura, incómoda, sin descanso, por un
paisaje lunar (bueno, la verdad es que no he estado nunca en la luna) de
piedras gigantescas con formas caprichosas, muchas en equilibrios imposibles.
No encuentro brujas, ni serpiente de tres cabezas, ni monjes locos, ni
animales, no hay ni insectos.
Según vas subiendo el paisaje se va mostrando como
algo único, bellísimo, la inmensa playa de Carnota, el mar, las islas Loberas,
Finisterre ahí enfrente, una sensación que te llena.
Cuando llegas a la cumbre, plana, con agujeros que
parecen bañeras si no te lleva el viento, miras alrededor, abajo y la belleza
te deja sin palabras, solo puedes comenzar el regreso sabiendo que has vivido
una experiencia única.
El descenso, es cierto, es peor que la subida y
cansado pero muy contento vuelves a casa.
Una experiencia extraordinaria (y mira que he subido a montes).
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