sábado, 12 de agosto de 2017

Monte Pindo


El Monte Pindo se encuentra junto a la playa de Carnota.
Los historiadores denominaron a este monte el Olimpo Sagrado de los Celtas.
Nuestros antepasados solo supieron explicar la curiosa geomorfología del Monte Pindo, llena de relevos en bolas de granito, a través de historias de deidades, esculturas o monstruos y gigantes míticos. A través de leyendas que llenaron de ilusión a los habitantes de estas tierras, que transmitieron de padres a hijos durante siglos; cuentos de tesoros fabulosos, hermosas princesas (mouras), rutas secretas, serpientes de siete cabezas, hadas encantadas, sacrificios y ritos de fecundidad – que al parecer prevalecieron hasta tiempos muy recientes- y que dieron forma a la tradición que sitúa en este lugar al monte sagrado de los celtas gallegos.


El Monte Pindo tiene varios castillos, castros, restos de Ermitas y cuevas de criaturas mágicas. En su cumbre está la Pedra da Moa con “pías” (bañeras naturales), donde se cree que se hacían rituales celtas. Y un poco más abajo está la cueva de A Ermida, donde estaba una vieja iglesia de la que se ha descubierto una antigua inscripción. Se cree que está relacionada con una capilla del siglo XII.
Para defender la comarca de los ataques vikingos, se erigió el castillo de San Xurxo, construido por el obispo Sisnando en el siglo X, y en el Monte también se puede encontrar el castillo de Penafiel, que tiene una inscripción que reza:
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“Reyes, obispos, presbíteros, todos por poderes recibidos de Dios, excomulgaron aquí ese castillo”



Leo esto  en internet y voy al monte Pindo. Una subida dura, incómoda, sin descanso, por un paisaje lunar (bueno, la verdad es que no he estado nunca en la luna) de piedras gigantescas con formas caprichosas, muchas en equilibrios imposibles. No encuentro brujas, ni serpiente de tres cabezas, ni monjes locos, ni animales, no hay ni insectos.
Según vas subiendo el paisaje se va mostrando como algo único, bellísimo, la inmensa playa de Carnota, el mar, las islas Loberas, Finisterre ahí enfrente, una sensación que te llena.
Cuando llegas a la cumbre, plana, con agujeros que parecen bañeras si no te lleva el viento, miras alrededor, abajo y la belleza te deja sin palabras, solo puedes comenzar el regreso sabiendo que has vivido una experiencia única.
El descenso, es cierto, es peor que la subida y cansado pero muy contento vuelves a casa.  Una experiencia extraordinaria (y mira que he subido a montes).


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