Día 30
Día treinta y esto no hay quien lo remedie, desde la cama, medio dormido, contando las horas, las nubes, los kilómetros de regreso y recitando los números rojos. Eso. Que escuchaba unos ruidos insólitos, el roce inquietante de algo que no conocía. Abrí la puerta de la habitación y la casa se había llenado de karramarros de la urgencia, del miedo, del ya veras lo que te espera. Me desperté, claro, lógico, cómo seguir dormido con aquel peligro, que no era broma, que eran cientos de bichos ras, ras, ras, tratando de llegar hasta mi cama, de trepar por las sabanas, no sé yo si intentando pinzarme el alma, el poco estímulo que me queda para seguir aquí, mirando al cielo por si sale el sol y me permite el último paseo Langosteira, el último baño en agua gélida, el gin tónic mientras se pone el sol, los placeres del silencio, de la soledad, del arroz con bogavante, no te enrolles, se va agosto y estamos vivos, disfrutemos cada hora y luego otra, todo se va por esta rendija que es la vida. No tenía nada para hoy y me apresuro en esto, ya ves, me iba en un rato pero me quedo, que bien.
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