Parker y los collages.
Pedro Martínez.
La brisa
murmura en el lomo del gato negro que mira a las estrellas como si descifrase
un arcano. Se escuchan ladridos en el caserío al otro lado de la colina. Con una sonrisa doliente Parker está delante
de Marie, una mujer de aquellas que dan el ole. Ella entorna los ojos y bajo
sus pestañas hay leones amaestrados, tigres dóciles y un cuervo desobediente.
Él prepara su
zalagarda y con voz temblorosa dice:
—Marie, debo
irme, esto… esto…
Ella
protesta:
—No, calla… Quédate…
Quédate… No me dejes a este lado del río…
Parker
advierte:
—Pronto
llegará…
Marie rezonga:
—No me lo
recuerdes, no seas cruel.
En los labios
de él se dibuja un encantamiento de sibilas, de cortesanas, de una emperatriz
de Egipto. Busca el beso con amoroso sobresalto y tras un forcejeo turbador se
pierde en el camino que lleva al río que marrulla acariciando las junqueras que
ocultan ranas y ruiseñores sedientos que esquivan el fango.
Al llegar al
castañar, Parker se detiene y teclea un mensaje en el whatsapp:
—Cariño, he
perdido el metro, llego en media hora ¿llevo algo para cenar?
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