Dulce Jeanne.
Por fin es lunes y etcétera.
Rearmo el puzzle de lo cotidiano.
Intento estar aquí y allí, en todas partes, que cantaba aquel grupo antiguo, los Beatles.
No es falta de imaginación, es falta de tiempo.
No es que no haya impulso, no, es obsesión por unas caderas.
¿De qué diablos hablo? Está escrito, de unas caderas.
Advierto cierta confusión tanto en lo que digo como en la forma de decirlo pero me parece lógico, estoy obsesionado por unas caderas.
También por el resto.
Digamos, digo, que estoy obsesionado por la dulce madurez de su dueña.
Qué cosas.
Mis profesores dicen que no me centro, que estoy distraído en clase, que así nunca llegaré a ser nada en la vida.
La verdad, me importa un pimiento, lo único que me interesa es acariciar esas caderas, besar su espalda, perder mi boca entre sus pechos, buscar sus gemidos suaves, los míos, dejarnos llevar por la cálida corriente del abrazo.
Llegarán a casa los informes de mis ausencias, mi inasistencia a las clases, mi falta de atención, de constancia, mi desidia para el aprendizaje, lo dicho, me importa un higo.
Aún sobre la cama, con los ojos abiertos, solo veo sus caderas.
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