Parker sabe que las comidas gratis no existen
Parker no sabe si lo dijo Robert A. Heinlein, o si Arthur C. Clarke dijo aquello del silencio es oro y otras frases así que dicen lo que dicen, ni una palabra más ni una menos.
Marie vive alejada del mundo, en otro mundo, en su mundo. Nadie ha dicho qué mundo es el único mundo, cada uno tiene el suyo.
Así cuando su mundo y el de Parker se cruzan puede suceder una explosión galáctica o una lenta deriva de astros en un universo infinito.
Sucede que Marie es una señora y Parker casi un señor, no son planetas, son personas, con sus características, sus cosas, sus órbitas, sus propias derivas.
Sin necesidad de catalejos o centros astronómicos de exploración, Parker ve a Marie, se recrea en sus movimientos lentos, elegantes, sinuosos, en su voz contándole galaxias o que ha subido el precio del pan.
Tendríamos que remontarnos a “Los propios dioses” de Asimov para encontrar asteroides, satélites, especiales naves espaciales que den más vueltas que Parker alrededor de esa mujer.
Sí, es cierto, ella sabe que antes que Parker nadie le había escrito historias circulares de magos y poetas, de colibrís y alegres danzarines pero también sabe que tampoco nadie le había proporcionado a él dulzuras como las suyas. Cultura versus dulzura, intercambio de intangibles.
Y aquí están, amigos, Marie jugando al criquet con posturas y ademanes, Parker buscando acólitos por los inhóspitos polígonos, hablando que si sí, que si no, lejos, cerca, ay, qué saben ellos, pobres, there ain´t no such thing as a free lunch.
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