03.08.15
Eran los otros y gritaban. Un libro sobre la mesa, aquel que lee y la cámara lo atrapa desde arriba, no puedo verle porque soy el que lee. La tarde se ha llenado đe caminos de caricias y mastico la dulzura de agosto. Miro las nubes rojas del atardecer y forman el rostro de alguien a quién conozco (y amo). Creo que me lo imagino, tengo delante el catálogo de ensueños y raíces y al menos hasta la página treinta no hay noticias de cristales rotos, solo fotografías de la vida como un material redondo y tembloroso. Me refugio en la siesta, sé que alguien me despertará y esa voz será un pozo donde quedarán los secretos de aquello que va y viene en lo oscuro, allí donde gritan los otros.
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