17.08.15
Lo primero que recuerdo de ti es la sonrisa como guirnaldas de verbena en una plaza con palomas y marroquíes sentados en los soportales de la plaza. Nos miramos y las cimas de los montes se iluminaron con hogueras imaginarias, nosotros también nos imaginamos, nos tocamos los dedos, nos mordimos los labios para no besarnos antes de tiempo, antes del siguiente milagro, antes de que la tierra se agrietase tragándonos en una vorágine de deseo y palabras estirándose en mensajes, voy, vienes y un día amaneció. Sí, los dos temblábamos como niños azorados hasta que tu camisa cayó al suelo detrás de la puerta de la 201 y ya todo fue caricia y besos, ternura y el juramento de amarnos a pesar de todo, de tanto, de distancias y otros, de inventar lo imposible y creerlo, de seguir aquí, recordándote, triste como un preso de lejanía, como un nadador en un mar de aguas frías, como un hombre con el mal del aire. Te añoro, ya no me quedan suspiros, ya no se cómo mentirme, necesito tu voz.
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