Serotonina.(3)
“Me peina el viento los cabellos
con una mano maternal”.
(Neruda)
Con el plano en la mano tracé
una línea roja sobre aquellos lugares en los que sospechaba podía estar,
también dibujé círculos azules en los parques, rayas amarillas en las vías de
salida de la ciudad. Era como jugar con humo, quizás ya se había ido y estaba
en medio de ninguna parte, pero no me iba a rendir.
Invoqué al
azar, durante días y días, semanas, recorrí arriba y abajo mi ciudad de lluvia,
iglesias de ceniza, bancos recién pintados, caminantes serios, religiosos con
sotana, vendedores de hortalizas voceando su mercancía, anónimos serenos con el
turno cambiado, mujeres de la calle aficionadas mirando detrás de los visillos,
mis convecinos, gentes de buen vivir, oficinistas, agentes de cambio y bolsa,
honrados matarifes, ocupaciones variadas en la urbe. Y nada, no estaba, pero
eso no me desanimó, continué mi perquirir sin remedio ya que de día en día el
espejo me devolvía una imagen más desconocida.
Era miércoles, lucía el sol,
parecía que una mano gigante hubiera acariciado el cielo despejándolo de nubes.
Y por fin la encontré, allí estaba, bella y hermosa, contrastando conmigo que
aquel día no me había puesto colonia, que llevaba el cuello sin planchar. Nada
de esto nos importó, nos vimos y nuestras manos eran nuestras manos, no hizo
falta hablar, nuestros ojos eran nuestros ojos, veíamos lo mismo, el mundo se
paró alrededor. Recuerdo qué, como en las películas, un rayo de luz nos
iluminó, el violinista de la esquina tocaba algo de Sarasate, las floristas nos
tiraban pétalos de claveles y jazmines, los ladrones no nos robaron y la
pescadera nos obsequió con una merluza de escamas plateadas. Nos besamos, no
hacía falta porque era yo, pero la besé, un dulce beso que me reconcilió con
tanta espera. Supe que no me había equivocado, ella era yo y también supe que
ella ocupaba mi lugar con toda naturalidad. Me propuso irnos a un lugar
tranquilo. Acepté.
(Sigue)
0 comments :
Publicar un comentario