En el metro
“Quedamos para ir perdiendo
todos tus tranvías,
los míos
estaban ya perdidos
por naturaleza propia.
(Cavafis)
todos tus tranvías,
los míos
estaban ya perdidos
por naturaleza propia.
(Cavafis)
Algunos
pasajes de Cortázar me dejaron el gusto por los cuentos que transcurren bajo
tierra, en el metro. Encuentros fortuitos en las escaleras mecánicas, miradas
oblicuas en el andén, roces furtivos en el traqueteo de los vagones atestados,
historias tejidas en la cabeza y que nunca ocurren. Excepto a veces.
La veo cada mañana, es menuda, delgada, tiene el pelo rubio, viaja ajena al resto de usuarios. Nunca la he visto hablar con nadie, siempre concentrada en un libro, leyendo, escribiendo notas en una pequeña libreta de tapas negras. Viene sentada, por lo que deduzco que subirá en las primeras estaciones. Hay en ella un gesto austero en su forma de vestir sin concesiones a modas, en la ausencia de detalles coquetos en su atuendo, tiene un aire de monja, quizás lo sea.
La veo cada mañana, es menuda, delgada, tiene el pelo rubio, viaja ajena al resto de usuarios. Nunca la he visto hablar con nadie, siempre concentrada en un libro, leyendo, escribiendo notas en una pequeña libreta de tapas negras. Viene sentada, por lo que deduzco que subirá en las primeras estaciones. Hay en ella un gesto austero en su forma de vestir sin concesiones a modas, en la ausencia de detalles coquetos en su atuendo, tiene un aire de monja, quizás lo sea.
Alrededor, el invierno llena las calles de mujeres que caminan garbosas, abrigadas, rompiendo las aceras. Apenas las miro, mi cabeza está prendida en esa dama que me atrae con su misterioso aire de investigadora del alma.
Quisiera hablarla, conocerla, invitarla a un café, saber quién es. No lo entiendo, es lo que llamaría una señora de edad, pero me gusta, me atrae.
El jueves hice el camino inverso, madrugué y fui hasta el comienzo del recorrido del metro. Desde allí, en cada estación, busqué su figura delgada. No tuve éxito, no la vi.
El lunes volví a intentarlo, en el metro siguiente. Subió en la segunda parada. Se sentó. Me senté frente a ella, pude sentarme en China, solo se daba cuenta de su libro. A pesar de no apartar la mirada de su rostro, en ningún momento dio signos de enterarse de mi insolente insistencia. Tomé nota de la estación dónde bajaba.
Durante toda la semana he repetido esta operación. Tanto madrugar me está matando de sueño, pero merece la pena. Es una mujer mayor, nuestra diferencia de edad es superior a lo que sería razonable, pero no puedo reprimir la atracción que siento por ella. La verdad que no me entiendo, quizás estoy enfermo, quizás deba consultar esta obsesión con un psiquiatra.
Hoy es viernes y no espero más, he decidido hablar con ella.
Quizás lo cuente aquí.
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