Serotonina.(2)
...pequeño diamante
que en su brillo se oculta
ahí, donde yo.
que en su brillo se oculta
ahí, donde yo.
(Concha García)
Decidí trazar un plan, utilizar un método, una rutina que me permitiera abarcar
áreas extensas de investigación.
Antes, solucionaría lo del trabajo, no podía
combinar tantas actividades. El director se mostró sorprendido. Fui sincero, me
había descubierto en una mujer y necesitaba todo mi tiempo para las diligencias
propias de un caso tan especial. Me preguntó si la conocía. Le llamé estúpido,
le dije que ella era yo mismo, que la vida corre por caminos paralelos y que si
a él no le ocurría algo parecido. Como tenía cara de no entender nada, le miré
con desprecio, le dije que me despedía y me fui dando un portazo. Mis
compañeros no me iban a echar en falta ya que en los últimos tiempos apenas
hablaba con nadie. Aquella profesión de barquero tampoco permitía excesivas
familiaridades con los usuarios, había que estar muy atento a las mareas,
realizar los atraques con suavidad para que no se mareasen los viajeros, eludir
los troncos que arrastraba la ría en la época de tormentas, vigilar a los
aprendices de suicida que en los últimos meses habían tomado la costumbre de
sumergirse allí donde las corrientes eran más fuertes, en fin, un trabajo
rutinario. En aquel momento no pensé en la cuestión del dinero, ya lo
arreglaría, lo primero era lo primero.
No
podía comenzar la búsqueda vestido de cualquier manera. Para ampliar mi
menguado vestuario me compré unos cómodos mocasines negros y un pantalón azul
Bilbao. Cuando le pregunté cómo me sentaba, la encargada de la tienda sonrió y
se limitó a decirme: doscientos
dos euros, señor. Y eso era una evidencia, otra. Si aquella atractiva
señora, tan, me llamaba señor es que era, que lo parecía, un hombre, maduro
además.
(Sigue)
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