Escrita a mano en días aletargados
Escrita a mano en días aletargados,
la historia esta del ser o no ser, ya puestos mejor somos ¿no?, agradecido a
quién lee, maravillado en este baile de ideas y pensamientos, de emociones,
comunicación, reflejo humano de los otros, todos diferentes, todos iguales,
piedras, trigo, sauces, nubes con formas diversas, alegoría, cae el día en
cenizas, dijeron que llovería pero no, hay un vago olor a nada, nunca he tenido
nariz, ni olfato, pasan mujeres embutidas en vestidos de no vestidas, como
delfines en una bañera, me comunico con gritos y guiños, subido en el andamio
con una bandera enlutada, si pongo los brazos así es la A, si los pongo así es
socorro, ayuda, que vengas, que no puedo, tan solo, el agua se detiene en los
cristales pero no me fío, se me están llenado las esquinas de saudade, la tengo
hasta en las uñas, ahora hago el pino -ya sabes, ponerse cabeza abajo- y el
pesimismo me sale por las orejas, negro, denso se desliza por el pasillo, se
estanca en las cañerías del fin de fiesta, para fiestas estoy que me levanté
ayer y las piernas no me respondían, me mareé, é, que ahora me río pero me
asusté, é, que estuve tumbado sobre un sofá en glorioso pijama, con mi velludo
pecho abierto a la brisa mañanera, dudando entre ir a trabajar o quedarme
acuclillado en mi hipocondría, recordando enfermedades pretéritas, el obligado
insomnio en la UVI que no me atrevía a cerrar los ojos para no dormirme, que el
miedo a no despertar es libre y crece como hongos blancos y alargados, que mudo
de piel y salgo en alpargatas a dar volatines junto a la casa de la doña,
aquella de la que me despachó con gesto de ángel vengador, el índice señalando
el camino que bajaba desde el faro, en otro dedo relucía un enigmático anillo
de oro, aunque de tenerlo nunca estaba, a un marido me refiero, así como sí
tenía una falda de lunares de la que se desprendía con gesto decidido, un
teléfono que guardaba bajo la cama cuando nosotros estábamos sobre ella
(nosotros éramos ella y yo tumbados sobre la cama; otra posibilidad era que la
cama y yo estuviéramos tumbados sobre ella, la doña, pero no, era muy clásica,
además de tener un humor de perros malhumorados, no quería innovaciones, etc)
que el amor acecha en los momentos mas oportunos, sin derecho a huelga se
acerca con un zumbido por los sótanos del deseo, mientras uno pasea con las
manos en los bolsillos de tantas miradas baboseando una cadera aquí, otra allá,
que si esos brazos con la marca de la vacuna de la viruela, esos muslos que se
mueven y mueven y tú ahí, caminando con la cabeza baja, ja, que el verano de
acá coincide con algún invierno, mis calores con sus fríos y viceversa, que
íbamos a comer y nos comíamos con la mirada, nos cortábamos con los cuchillos
del deseo insoportable, que nos pinchábamos con los tenedores de tenernos, a pesar
de todo(s), que la acostaba entre sábanas, como un lirio, quitaba su ropa con
dedos de cirujano, apenas rozando su piel, prenda a prenda, date prisa –decía-
que no me lo invento, que para según qué cosas no tengo imaginación, que la
amaba de izquierda a derecha, como una lectura en japonés, de fuera a dentro,
de arriba abajo, que la amaba con todo mi ser, con todo mi alma, con toda la
inspiración que da el amor intempestivo, o sorpresivo, o quizás la amaba porque
la quería, su cuerpo tan delgado que tenía miedo de romper sus huesos cuando me
rogaba posturas concretas, que dejara mi peso sobre el de ella, que subiera a
su frente, que besara sus pies, que se colgaba de mis caderas como un jinete
desenfadado, descarado, entraba en ella, vivía en ella como un eterno condenado
a lo sublime, ella era lo sublime que nos sentábamos en un banco del parque,
sin mirarnos, hablando en susurros, alrededor perros, niños, palomas, árboles
que nos daban sombra y pretexto para buscar lugares secretos, que la abrazaba
contra la pared del canal, que pasaban los barcos y hacían sonar las sirenas,
se acodaban los marinos en cubierta y silbaban, nosotros indiferentes,
mimetizados en el paisaje industrial, enlazados por la risa, por el placer que
nos dejaba la nuca vibrando, esa sensación de gusto en el trayecto de los
pulmones al cielo, respirándonos, ale, vamos que nos vamos y así fue como me
uní a los peregrinos que caminaban por senderos al borde de la memoria, con
teas encendidas por caminos oscuros para ahuyentar el miedo a llegar por pura
inercia, por seguir la huella de los bueyes, cantando para no olvidar el sonido
de lo viejo, grabando letras en los árboles sin corteza, esquivando los pueblos
y sus luces, ortigas en las piernas desnudas, el maldito recuerdo que aún no se
deshuesa y se me clava dentro, me erosiona, camino, camino, pero ella, se me ha
quedado el futuro tras las rejas, lorigado en el apodo trazo signos en el
escenario, blanco, mímica, señas fragmentadas para que alguien sepa, ingenuo
sueño sin ombligo, atónita lectura de los otros, disciplinada palabra
cotidiana, perdido el paraíso, sobre la pretensión de metonimia vana dejo este
apólogo, leve fábula escrita en un país de sordos –lo cuenta Oliver Sacks- o
quizás en un reino de ciegos –lo cuenta H.G. Wells- sumergido bajo la
superficie de nuestra diversidad aunque en tanto coincidimos, diferentes pero
iguales, ni más ni menos, otros, atentos, este mundo se ha vuelto muy pequeño,
me asombra la placidez poética de tantas páginas sin grietas, con lenguaje
pausado, con limites educados, sosegadas, simples a veces, sin extremos, sin
delirios, diálogos familiares, hadas que no se escandalizan, niñas disfrazadas
de hadas, teoría de las hadas, cicatrices en la piel de las hadas, heridas,
tantos Lewis Carroll mirando como esclavos desde la cornisa, territorio de
lenguas húmedas, poemas herméticos ahora que las flores amarillas crecen en la
conciencia, estamos inventando alfabetos, ahora que no hay infierno esta
grabación se destruirá en cinco segundos, cuatro, tres, dos, uno. 0.
2 comments :
Nos gustó. Seguimos siguiéndole, aunque no lo parezca.
zUmO dE pOeSíA (emilia, aitor y cía.) sí lo parece. Muchísimas gracias. Un placer.
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