Carta del amante en el otro extremo de una autopista.
Mi vida, he olvidado las palabras que escogí en el
insomnio, la enumeración de los signos, el atropello de voces detrás de puertas que esconden recuerdos de sed y sumas,
de tribus y víctimas, soy un desvalido historiador amnésico que solo puede
pensar en ti.
Estoy sentado bajo la lluvia
buscando el punto exacto del manantial, el puente, el espejismo y la brasa, el
experto que me guíe para poder decirte felicidad, dulzura, amor sin que ardan
las imágenes en las hornacinas, sin que la imperturbable realidad de los días
se resquebraje.
Esta quiere ser una carta sin
murallas ni Josué, sin datos, vuelta del revés, sin narcóticos vocablos ni
alegorías, quiere estar desnuda, tendida en los peldaños que te lleven al rosal
y a lo necesario, a sabernos entre líneas y soledad de whatsapp, asfixia de no
verte.
Desde Braque hasta los pactos
hay peldaños de meses, ocho o nueve nombres para designar los espejismos y la
alarma de sentir lo profundo en frases de niños, mimos sobre la Ría como un
dron de ternura sobrevolándonos y tambores, la pesadilla es una autopista.
No se puede analizar el deseo, no hay porcentajes de caricias, no se llevan a Excel los besos de un fin de semana, no se puede calcular el hormigueo en la nuca antes de marcar los números secretos, hay una geografía abstracta en nuestro sentimiento sin aduanas.
Somos dos adictos al diagnóstico del nosotros. En la separación comienza el dolor creciente con ganzúas, mensajes en el agua y conversión a religiones nuevas. El momento del amor disipa las dudas. Desde este lado de la autopista cuento los días.
Soy el mendicante sentado en tu
umbral, el vigilante de las trece ocas que te avisan de mi llegada, el del
pañuelo rojo en la comparsa que canta bajo tus ventanas, el que cabalga ese
enorme animal africano que conoce tu norte, el que pule antiguos ultrajes bajo
el alfeizar, el que enciende las teas
que alumbran tu paso por calles antiguas, para mejor saberte hago un pacto con
los comerciantes de lo oscuro, meto la cabeza en la boca de las alimañas,
decapito pájaros sobre una lápida para preservarme de los dioses mediocres de la envidia, dibujo
tu silueta de memoria, a mano alzada, me acurruco a la sombra de las ermitas
para que santos olvidados me bendigan y ayuden en la espera de no vernos. Te
quiero.
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