Conjunciones y alteraciones. Desgana
Mientras jugamos aquí con las
palabras del autoengaño no hay lugar para tormentas de incomprensión y
conflictos, no cabe la desesperanza, ni la insatisfacción -aunque lo cante
Jagger-, no hay espacio para otra cosa que no sea mecerse en las respuestas
mullidas, en la espera absurda del regreso de ella(s), en los secretos que me
desveló como una cebolla incesante.
Supe de su corazón traspasado
por amores rotos, por esperanzas y temores, por terremotos interiores,
historias inacabables que no descomponen su gesto serio, su vida dentro de su
vida. En un tiempo me paseé por su vajilla, por su perfumada ropa blanca, por
los suelos de su casa brillantes de cera y tiempo, por los de su alma donde se
juntan las estaciones de metro, los trenes hacia ningún lado –quizás París- y
¿qué digo? locos por hablar entonces de frutas de mercurio
escondidas en el cerebro, dragones acomplejados y caricias a la luz de la luna,
de lo qué sí y lo que no, de lo que importa. ¿Qué es lo que importa? ¿Dónde
empieza lo importante? Es difícil definir a qué altura podemos ascender hasta
que falte el oxígeno, el aliento, hasta que lleguemos a ese horizonte
imposible, imaginario pero. Aún no tengo explicación del calor que se me
agolpaba en la nuca cuando ella decía, o yo decía, pero estábamos cuerdos, eso
sí sé.
Que no llegue el silencio
aunque las hogueras han comenzado a brillar. Sólo nos queda la playa aunque el
resto también es arena que va cubriéndonos como a una ciudad olvidada en el
desierto olvidado de un mundo olvidado. Si esto es una metáfora vamos a ninguna
parte, o hacia atrás, o esto es nada y hemos perdido la memoria. Como mínimo.
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