martes, 21 de enero de 2014

Rimbaud

Antaño, si bien recuerdo, mi vida era un festín en el que todos los corazones se abrían y corrían todos los vinos. Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas, y la hallé amarga, y la cubrí de insultos. (Rimbaud)



Erikah Badu canta, Yma Sumac canta, Panero habla y deja poemas como insultos a la inteligencia de los inteligentes y yo no entiendo, por eso es estimulante el diálogo aunque sea entre biombos, aunque los antifaces, aunque las distancias, aunque las mentiras empiecen a ahogarnos y nadar bajo el agua tiene el límite de la capacidad pulmonar del que se desliza entre ondas y peces, entre algas que ocultan y arrecifes que desgarran el confiado casco de cargueros surcando mares transparentes pero, desafiando olas y espumas, monstruos marinos, cachalotes y orcas agresivas, salvavidas atrofiados que miran sin ver desde su altura en playas en las que ya no caben los que no saben nadar, los desplazados, los apátridas, los diferentes, los que no se enamoran ni de sí mismos, los últimos en llegar sin haber salido y hay días que no está uno para nada aunque la lluvia siga sin traducción y la geografía de la gloria siga dentro de una incógnita de exploradores impotentes, de olas en la piscina mínima de un jardín japonés que no sabe usted con quién está hablando y ni con un zumo mañanero de orquideas rojas se dilatan las pupilas de los dormidos voluntariamente, hay que ver, que entre un insomne feo y la bella durmiente no sé con quién quedarme y aunque no estuve en Pompeya a veces me siento sepultado bajo montañas de lava aburrida, de materia gris incapaz de traducir alfabetos turbios, que los pájaros cantan siempre la misma canción, que estamos aburridos de pájaros, de los mismo pájaros, de la misma jaula, del bosque donde nos perdimos hace años, entre lobos y sacamantecas, en la oscuridad, en el silencio, en el peligro de incendios, destrucción del maná, frutos, raíces, recuerdos bajo la corteza, amo a Carmen grabado en el tronco, añoranza del deseo, de aquel deseo poderoso bajando de cumbres en las que apenas se podía respirar, repetición del miedo, vuelta de tuerca al no ser, a la inconsciencia, al punto cero, hay mañanas que divago, como esta, de cielos azules y nubes dentro del pecho, de dolor sin saber la causa, de una desesperanza tal que meto la cabeza bajo una piedra y si se cae el mundo que me pille dormido. Lástima de insomnio crónico.

Esto tiene un límite, llega desde aquí hasta aquí  (y hace el gesto con las manos).

A partir de ese punto empieza el hastío, sin vuelta atrás, sin remedio, sin otra solución que continuar como si nada hubiera pasado (o cerrar la puerta y volver al principio, o buscar nuevos horizontes, o dar fuego a la barraca y aquí paz y después gloria).



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