Rimbaud
Antaño, si bien
recuerdo, mi vida era un festín en el que todos los corazones se abrían y
corrían todos los vinos. Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas, y la
hallé amarga, y la cubrí de insultos. (Rimbaud)
Erikah
Badu
canta, Yma Sumac canta, Panero habla y deja poemas como insultos a la inteligencia de los inteligentes y yo no entiendo, por eso es estimulante el diálogo aunque sea entre biombos,
aunque los antifaces, aunque las distancias, aunque las mentiras empiecen a
ahogarnos y nadar bajo el agua tiene el límite de la capacidad pulmonar del que
se desliza entre ondas y peces, entre algas que ocultan y arrecifes que
desgarran el confiado casco de cargueros surcando mares transparentes pero,
desafiando olas y espumas, monstruos marinos, cachalotes y orcas agresivas,
salvavidas atrofiados que miran sin ver desde su altura en playas en las que ya
no caben los que no saben nadar, los desplazados, los apátridas, los
diferentes, los que no se enamoran ni de sí mismos, los últimos en llegar sin
haber salido y hay días
que no está uno para nada aunque la lluvia siga sin traducción y la
geografía de la gloria siga dentro de una incógnita de exploradores impotentes,
de olas en la piscina mínima de un jardín japonés que no sabe usted con quién
está hablando y ni con un zumo mañanero de orquideas rojas se dilatan las
pupilas de los dormidos voluntariamente, hay que ver, que entre un insomne feo
y la bella durmiente no sé con quién quedarme y aunque no estuve en Pompeya a
veces me siento sepultado bajo montañas de lava aburrida, de materia gris
incapaz de traducir alfabetos turbios, que los pájaros cantan siempre la misma
canción, que estamos aburridos de pájaros, de los mismo pájaros, de la misma
jaula, del bosque donde nos perdimos hace años, entre lobos y sacamantecas, en
la oscuridad, en el silencio, en el peligro de incendios, destrucción del maná,
frutos, raíces, recuerdos bajo la corteza, amo
a Carmen grabado
en el tronco, añoranza del deseo, de aquel deseo poderoso bajando de cumbres en
las que apenas se podía respirar, repetición del miedo, vuelta de tuerca al no
ser, a la inconsciencia, al punto cero, hay mañanas que divago, como esta, de
cielos azules y nubes dentro del pecho, de dolor sin saber la causa, de una
desesperanza tal que meto la cabeza bajo una piedra y si se cae el mundo que me
pille dormido. Lástima de insomnio crónico.
A partir de
ese punto empieza el hastío, sin vuelta atrás, sin remedio, sin otra solución
que continuar como si nada hubiera pasado (o cerrar la puerta y volver al
principio, o buscar nuevos horizontes, o dar fuego a la barraca y aquí paz y
después gloria).
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