sábado, 15 de junio de 2013

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Has oído al hombre al que amas

hablando consigo mismo en el cuarto de al lado.
No sabía que le escuchabas.
Pegaste el oído al muro
pero no conseguías captar las palabras,
sólo una especie de ruido sordo.
¿Estaba enfadado? ¿Estaba maldiciendo?
¿O era una especie de comentario
como una larga y críptica nota al pie en una página de versos?
O buscaba algo que había extraviado,
como las llaves del coche?
Entonces, de repente, se puso a cantar.
Te asustaste
porque era algo nuevo,
pero no abriste la puerta, no entraste,
y siguió cantando con su voz grave, desafinada,
densa y dura como el brezo.
La canción no era para ti, no te mencionaba.
Tenía otra fuente de contento,
nada que ver contigo en absoluto,
era un hombre desconocido, que canta en su cuarto, solo.
¿Por qué te sentiste tan dolida, y tan curiosa,
y al mismo tiempo tan feliz,
y también tan libre?

Margaret Atwood



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3 comments :

zUmO dE pOeSíA (emilia, aitor y cía.) dijo...

Prodigioso, mágico. Le haremos un hueco en zUmO dE pOeSíA.

Pedro M. Martínez dijo...

¿A quien?

virgi dijo...

Toma ya! A quién va a ser? Bueno, ya te enterarás.
:) :) :)

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