Frustración.
Al fin y al cabo, eres bastante
normal: dos brazos, dos piernas
una cabeza, un cuerpo
aceptable, dedos en los pies y en las manos, a veces
excéntrico, a veces sincero
pero no demasiadas veces, demasiados
aplazamientos y excusas pero
te adaptarás a todo, cumpliendo
con los plazos y con las otras
personas, fingiendo amar
a la mujer que no debes durante algún
tiempo, escuchando a tu cerebro
encogerse, tus diarios
extendiéndose mientras te haces mayor,
haciéndote mayor, por supuesto
morirás, pero aún no, sobrevivirás
incluso a mis ideas distorsionadas sobre ti
y no quiero hacer
nada para solucionarlo
tu desdicha y tu enfermedad
no estás enfermo ni eres desdichado
sólo estás vivo condenado a estarlo.
Margaret Atwood
Al salir de Nájera me despisté.
Pregunté a una madrugadora si iba bien por
esa calle.
–Sí, siga todo derecho – me dijo.
Pero no.
Llevaba unos cuatro kilómetros carretera
adelante, el cielo amenazaba mucha lluvia y no veía peregrinos por ningún lado, de hecho no
veía a nadie, tampoco veía ninguna flecha amarilla.
Al de un rato, a lo lejos, un chaval venía
por el arcén de la carretera. Le esperé.
–¿Me he perdido? –le pregunté.
–No, vas bien, la carretera se junta luego
con el Camino –respondió.
Y empezamos un diálogo curioso sobre esto y
aquello. Me dijo que tenía 17 años y que iba a trabajar a un aserradero que
estaba cerca, que sus padres no tenían derecho a ponerle a trabajar tan joven,
que estaba aburrido de trabajar.
–¿Llevas mucho tiempo? – pregunté.
–Sí, desde el lunes –respondió.
Eso pasó un miércoles.
Pobre chaval, no le queda nada.
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