Amber Hakim

sábado, 22 de junio de 2013

144



Capítulo 144 de Rayuela



Los perfumes, los himnos órficos, las algalias en primera y en segunda acepción... Aquí olés a sardónica. Aquí a crisoprasio. Aquí, esperá un poco, aquí es como perejil pero apenas, un pedacito perdido en una piel de gamuza. Aquí empezás a oler a vos misma. Qué raro, verdad, que una mujer no pueda olerse como la huele el hombre. Aquí exactamente. No te muevas, dejame. Olés a jalea real, a miel en un pote de tabaco, a algas aunque sea tópico decirlo. Hay tantas algas, la Maga olía a algas frescas, arrancadas al último vaivén del mar. A la ola misma. Ciertos días el olor a alga se  mezclaba con una cadencia más espesa, entonces yo tenía que apelar a la  perversidad —pero era una perversidad palatina, entendé, un lujo de bulgaróctono, de senescal rodeado de obediencia nocturna—, para acercar los  labios a los suyos, tocar con la lengua esa ligera llama rosa que titilaba rodeada de sombra, y después, como hago ahora con vos, le iba apartando muy despacio los muslos, la tendía un poco de lado y la respiraba interminablemente, sintiendo cómo su mano, sin que yo se lo pidiera, empezaba a desgajarme de mí mismo como la llama empieza a arrancar sus topacios de un papel de diario arrugado. Entonces cesaban los perfumes, maravillosamente cesaban y todo era sabor, mordedura, jugos esenciales que corrían por la boca, la caída en esa sombra, the primeval darkness, el cubo de la rueda de los orígenes. Sí,  en el instante de la animalidad más agachada, más cerca de la excreción y sus  aparatos indescriptibles,  ahí se dibujan las figuras iniciales y finales, ahí en la caverna  viscosa de tus alivios cotidianos está temblando Aldebarán, saltan los genes y las constelaciones, todo se resume alfa y omega, coquille, cunt, concha, con, coño, milenio, Armagedón, terramicina, oh callate, no empecés allá arriba tus apariencias despreciables, tus fáciles espejos. Qué silencio tu piel, qué abismos donde ruedan dados de esmeralda, cínifes y fénices y cráteres... 


Julio Cortázar, Paris, 1969 -by Pierre Boulat



2 comments :

Magnolio dijo...

Lo oí el otro día:

"Compartir es duplicar".

Precioso.

Gracias.

Pedro M. Martínez dijo...

Magnolio, no sé si es precioso. Es tal mi fascinación por Rayuela (es decir por Cortázar) que no puedo hacer otra cosa que compartirlo. Gracias, lejana.

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