martes, 5 de marzo de 2013

Insieme.



Ella se rapó la cabeza como un símbolo, un desafío a la pasión de cangrejos en sus muslos, un paso más allá del cabrilleo de las luces del amanecer en el pinar, una escalera de caracol al ático de su adolescencia.

Ramos de minutisas para arrojar en el brocal del desconsuelo, un gato calicó afincado en su regazo, marca de jabón en el portal, palabras carcomidas para no decir, bordar con letras negras un poema de cenizas.

Abre sus fauces la soledad y entre paréntesis mi ruego, un ideograma borrado que nadie comprende, un verso en el desagüe, las aves que buscan la primavera, la determinación en construir barreras, pozos, distancia, el no grabado al rojo vivo en la frente, el único recurso era el olvido y a ello nos dedicamos sin dejar huellas en la nieve.

Así que me senté junto a la ventana canturreando esto que ahora lees, recuerdos numerados en mis sienes, dolores aún abiertos en las costuras del alma, harapos de otros tiempos, un número que se desdibuja pero ahí, en el dintel, en la puerta cerrada, el silencio.

Muchas veces no entiendo qué quieres decir. 

Es una procesión de emociones insomnes, la necesidad resucitada de recorrer historias no cerradas, una llave que encontré en un cruce de caminos, oscurecer de un tiempo en el que no había madrugada.

Ah, eso.

Pues sí.

O no.

Vale, entiendo.



Para María.

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