Insieme.
Ella
se rapó la cabeza como un símbolo, un desafío a la pasión de cangrejos en sus
muslos, un paso más allá del cabrilleo de las luces del amanecer en el pinar,
una escalera de caracol al ático de su adolescencia.
Ramos
de minutisas para arrojar en el brocal del desconsuelo, un gato calicó afincado
en su regazo, marca de jabón en el portal, palabras carcomidas para no decir,
bordar con letras negras un poema de cenizas.
Abre
sus fauces la soledad y entre paréntesis mi ruego, un ideograma borrado que
nadie comprende, un verso en el desagüe, las aves que buscan la primavera, la
determinación en construir barreras, pozos, distancia, el no grabado al rojo
vivo en la frente, el único recurso era el olvido y a ello nos dedicamos sin
dejar huellas en la nieve.
Así
que me senté junto a la ventana canturreando esto que ahora lees, recuerdos
numerados en mis sienes, dolores aún abiertos en las costuras del alma, harapos
de otros tiempos, un número que se desdibuja pero ahí, en el dintel, en la
puerta cerrada, el silencio.
Muchas veces no entiendo qué quieres
decir.
Es
una procesión de emociones insomnes, la necesidad resucitada de recorrer
historias no cerradas, una llave que encontré en un cruce de caminos, oscurecer
de un tiempo en el que no había madrugada.
Ah, eso.
Pues
sí.
O no.
Vale, entiendo.
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